viernes, 28 de agosto de 2009

Seis días de setiembre



El pasarme la vida en una oficina me ha entrenado para generar ideas que ayuden no sólo a hacer publicidad sino también a crear espectáculos o textos teatrales. Eso me ha permitido ser invitado a colaborar anónimamente con autores o directores poniendo y quitando cosas, generalmente sutilezas como textos de enlace, propuestas estructurales, parlamentos adicionales o títulos de montajes. Pero así como aporto ideas a pedido se me quedan otras en el tintero, ideas que recuerdo con cariño y que me provoca contar. Sé que no las necesitan nuestros directores más creativos –Alberto Isola, Guillermo Castrillón y Ricardo Morán, sin dudas- pero sé también que la imaginación ayuda a todos y que oír ideas dispara más ideas, así que acá van algunas que algún día realizaré.

Seis días de septiembre: Alguna vez le sugerí a una joven actriz que me contaba sus penas que las ordenara en seis monólogos unidos por el mismo personaje y por el hecho de que ocurrieran todas en septiembre. El día que su padre la abandonó, su primer encuentro sexual, sus rupturas más importantes, su decisión de morir, etc. ¿Llegará a hacer algo con eso? La idea es buena: armar una serie de escenas de alto impacto emotivo unidas por un tema sutil y a la vez polémico, personal, potente.

El año en que naciste: ¿Qué tal un recital de música romántica donde el público anote en un papelito, al entrar, el año en que nació? La cantante saca al azar un año y canta una canción de, por ejemplo, 1980. Habría que tener repertorio amplio y buena memoria, además de predefinir las canciones que abarquen varios años. ¿A quién no le gustaría que su año motive una interpretación? Si naciste en 1971, por ejemplo, podrían cantarte el tema de Melody. O si naciste en 1960 te dirían: cuando naciste no pensabas en canciones de amor, pero a los 11 años seguro te enamoraste con este tema… Y también te tocarían Melody. Y así, con cada año se lanzaría una canción, una idea, un buen recuerdo.

Clásicos para dos: Me reuní con Alonso Alegría para conversar y le conté entre otras cosas mi intención de adaptar Fuente Ovejuna para sólo una actriz y un actor, y que ese impulso me lleve a adaptar grandes clásicos para solamente una pareja de intérpretes. Le gustó la idea (“¿qué par de actores no querrían hacer, por ejemplo, don Juan Tenorio?”) y ya estábamos por darle forma cuando mi agenda y mis errores nos distanciaron. Pero la idea sigue allí: habría que buscar con quién plasmarla.

En fin. Mi intención no es llenarlos de ideas o mostrarlas como quien presume de algo sino generar ideas nuevas, las ganas de crear, la búsqueda de un doblez inesperado, un ángulo diferente, un enfoque renovador. Ganas de crear y luego, de llevar a escena lo pensado y concretar los sueños. Y ganas también de que pasen cosas, porque a la vida hay que jalarla pero también -de vez en cuando- hay que meterle un buen empujón.

sábado, 22 de agosto de 2009

Anotando

Un día salí a robar, o a aprender, o a aprehender.
Y anoté:
De Kike el entusiasmo que empuja todo adelante.
De Juanca la seriedad, de Lucho la desconfianza, de Lali la frescura, de Rocío el orden, de mi Negra su capacidad de ser tan amorosa, de Marco su persistencia. De Renzo la terquedad. De Tay el silencio. De Gabriel el buen gusto. De Mía la capacidad de mirar más allá, de Alicia la preocupación por los sentimientos, de Mafe las ganas de divertirse, de Camila la dedicación.
De todos algo. De todos.

En una noche vacía

Alguien con quien caminar en buzo, de noche, hasta el Starbucks, para quedarnos conversando hasta que amanezca. Alguien que se duerma viendo conmigo una película y no despierte asustada por volver a su casa. Alguien con una familia que acepte a este bicho raro o alguien a quien no le importe si su familia lo acepta o no. Alguien que cierre conmigo las puertas, los cajones y los proyectos. Alguien que en silencio, al otro lado del escritorio, se siente a crear al tiempo que lo hago yo. Alguien con más ganas de hacer nido que de volar. Alguien que no sea una cometa arrastrada por el viento de la desesperación y que crea en un futuro que no sea sólo su futuro. Alguien que acompañe sin poseer y que crezca sin apretar. Alguien que ame sin mentir y reciba sin robar. Alguien que no eres tú pero sí eres tú.

jueves, 20 de agosto de 2009

Así son las cosas.

Lo impulso a divorciarse porque lo quiero y luego lo abandono porque me conviene.
Regreso a su lado -porque lo quiero- pero me voy con otro... porque me conviene.
Me iría a vivir con él porque lo quiero. Me voy a vivir sola porque me conviene.
Acepto que me llame tonta (porque lo quiero) aunque lo engañe mucho (porque me conviene).
Se fue a vivir con otra y me dio pena, porque lo quiero.
Hoy digo que lo amo y hasta llamo a saludarlo, pero no sé por qué hago eso.

lunes, 3 de agosto de 2009

Sucios miedos II



Miedo a entregarse
No eres ni serás propiedad de nadie. Pero alguna gente, desde que la miras a los ojos por primera vez, se vuelve tu dueña. No puedes admitirlo pero te poseen. Pasa de golpe con alguien, en una esquina. Te mira. Se miran. Y entonces tus candados caen, las murallas interiores se derriban y tus elásticos se vencen. Lo sientes en la piel: esa mirada -como las trompetas en Jericó- ha franqueado tu alma hasta el tuétano y sólo te queda entregarte. Y a veces crees -quieres creer- que dándole el cuerpo a quien te captura así te librarás de ese compromiso mágico. Falso. No es posible: sigues siendo suya. Tras el placer de tu cuerpo vencido viene el del alma sometida a gusto, el de saber que te llevan en un relicario, al cuello. Como azúcar debajo de la lengua se derrite ligera en tu boca cierta noción de realización, pero eres veloz como los ejércitos de hormigas y vuelves a construir obstáculos, fosos, trampas, lo que haga falta para que entregarte sea imposible. Porque tras esa derrota sutil oyes latir, como un tambor, la felicidad. Y el que se entrega es feliz, pero tú no quieres cerrar los ojos ni caer de espaldas en brazos de tu dios, aparecido y vibrante mientras mantiene la mirada sobre ti. Tomas lo peor del mundo -barro, bazofia, excremento- y lo untas en tu cuerpo. Quien te posee te lame y te limpia sin vergüenza. Entonces, mientras está arrodillado venerando tus pies, le quiebras la cabeza con una piedra. Eres libre, pero algo hace que llores. y por más que llores, sigues sucia. Y tiemblas esperando la siguiente mirada. Sabiendo, aterrada de ti misma, que nunca dejarás de ser adorada y poseída y, por lo tanto, nunca dejarás de matar.
 
Miedo a pertenecer
Yo no soy de aquí, le dices a tus amigos, yo debí vivir en otra época, en otro lugar, debería largarme a Buenos Aires, a Barcelona, a Boston... Lo dices con la esperanza de que alguien te conteste: sí, eres de aquí y aquí vales mucho, aquí deberías quedarte y florecer, aquí es donde amas y eres amada. Pero no. Nadie te lo dice. Te desean buen viaje, te dejan escapar y tu alma siente, como si una copa se rompiera sin tocarla, que no vales nada. Porque es verdad: no vales nada. Eres una más de esas millones de personas cuya existencia podría ser obviada por la vida, y eso te desespera. Cometes entonces el mayor error: dejar de pertenecer solamente para demostrarte que sí, que pertenecías. Te vas. Quemas tus naves. Vuelas los puentes luego de cruzarlos y luego, desde lejos, descubres que abandonaste el molde de tu cuerpo en una cama, en la arena de una playa, en la larga cabellera de alguien que te abrazó. Vuelves trayendo regalos y mostrando lo poco que obtuviste fuera: un vestido de flores, un reloj de pulsera, una foto. Regresas y sientes que pagas una deuda, no sabes a quién ni por qué. Todos te saludan, te reciben, vales algo hasta que el tiempo se encarga de mimetizarte con el lugar al que regresaste. Vuelves a darte cuenta de que tu valor es cero. Vas a una adivina y ella te lee el futuro, te dice que serás famosa, o que tendrás hijos, o que alguien te amará para siempre, y tomas eso como gran consuelo. Pero esa misma noche olvidas lo que te dijo y el techo sobre tu cama se hace infinitamente alto. Y vuelves a valer nada. Y dices una vez más tendría que irme aunque sea un tiempo con la esperanza de que alguien te detenga. Tenlo claro para siempre: nadie lo hará. Tú misma has borrado tus huellas. De tanto repetirte que no vales nada, nos has convencido. Vete y vuelve para seguir soñando que de nuevo te largas. Porque te has arrancado de aquí. Porque nunca pertenecerás, y eso da mucho miedo. Tanto que te resultará más grato soñar con tu entierro, con cuánta gente viene a despedirte, con lo cierto que era su amor. Te entierran con el vestido de flores, lo ves como si estuvieras ahí. Y mientras te pones el reloj plateado -para salir a trabajar- cuentas las venas que sobresalen de tu muñeca.
 
Miedo a soñar
Soñaba demasiado y eso le daba miedo, tanto que los sueños no terminaban nunca. Porque el miedo es el enemigo de los sueños: los mata estirándolos, por cansancio, haciéndolos densos y largos. Los convierte en eso que todos tenemos: planes. Pero un sueño es algo más grande, y si un plan es una estrella, un sueño es una constelación. Por eso el miedo los odia, porque crean seres en el aire. Si el miedo ataca tus sueños te hará creer que te apoya pero en verdad querrá que nunca despiertes, que sigas soñando y te quedes inmóvil. Para detenerte se disfrazará de otros miedos: a la altura, al azúcar, a la estabilidad, al orden. Al fin y al cabo, así también te vence: todo miedo es miedo a soñar.
Más miedos, tengo como 30. Pero hasta acá nomás, los primeros están dos entradas más abajo y hace mucho sueño para poner el link...