viernes, 30 de marzo de 2007

Un cuento de Anton Chejov


Poquita cosa


Hace unos día invité a Yulia Vasilievna, la institutriz de mis hijos, a que pasara a mi despacho. Teníamos que ajustar cuentas.
-Siéntese, Yulia Vasilievna -le dije-. Arreglemos nuestras cuentas. A usted seguramente le hará falta dinero, pero es usted tan ceremoniosa que no lo pedirá por sí misma... Veamos... Nos habíamos puesto de acuerdo en treinta rublos por mes...
-En cuarenta...
-No. En treinta... Lo tengo apuntado. Siempre le he pagado a las institutrices treinta rublos... Veamos... Ha estado usted con nosotros dos meses...
-Dos meses y cinco días...
-Dos meses redondos. Lo tengo apuntado. Le corresponden por lo tanto sesenta rublos... Pero hay que descontarle nueve domingos... pues los domingos usted no le ha dado clase a Kolia, sólo ha paseado... más tres días de fiesta...
A Yulia Vasilievna se le encendió el rostro y se puso a tironear el volante de su vestido, pero... ¡ni palabra!
-Tres días de fiesta... Por consiguiente descontamos doce rublos... Durante cuatro días Kolia estuvo enfermo y no tuvo clases... usted se las dio sólo a Varia... Hubo tres días que usted anduvo con dolor de muela y mi esposa le permitió descansar después de la comida... Doce y siete suman diecinueve. Al descontarlos queda un saldo de... hum... de cuarenta y un rublos... ¿no es cierto?
El ojo izquierdo de Yulia Vasilievna enrojeció y lo vi empañado de humedad. Su mentón se estremeció. Rompió a toser nerviosamente, se sonó la nariz, pero... ¡ni palabra!
-En víspera de Año Nuevo usted rompió una taza de té con platito. Descontamos dos rublos... Claro que la taza vale más... es una reliquia de la familia... pero ¡que Dios la perdone! ¡Hemos perdido tanto ya! Además, debido a su falta de atención, Kolia se subió a un árbol y se desgarró la chaquetita... Le descontamos diez... También por su descuido, la camarera le robó a Varia los botines... Usted es quien debe vigilarlo todo. Usted recibe sueldo... Así que le descontamos cinco más... El diez de enero usted tomó prestados diez rublos.
-No los tomé -musitó Yulia Vasilievna.
-¡Pero si lo tengo apuntado!
-Bueno, sea así, está bien.
-A cuarenta y uno le restamos veintisiete, nos queda un saldo de catorce...
Sus dos ojos se le llenaron de lágrimas...
Sobre la naricita larga, bonita, aparecieron gotas de sudor. ¡Pobre muchacha!
-Sólo una vez tomé -dijo con voz trémula-... le pedí prestados a su esposa tres rublos... Nunca más lo hice...
-¿Qué me dice? ¡Y yo que no los tenía apuntados! A catorce le restamos tres y nos queda un saldo de once... ¡He aquí su dinero, muchacha! Tres... tres... uno y uno... ¡sírvase!
Y le tendí once rublos... Ella los cogió con dedos temblorosos y se los metió en el bolsillo.
-Merci -murmuró.
Yo pegué un salto y me eché a caminar por el cuarto. No podía contener mi indignación.
-¿Por qué me da las gracias? -le pregunté.
-Por el dinero.
-¡Pero si la he desplumado! ¡Demonios! ¡La he asaltado! ¡La he robado! ¿Por qué merci?
-En otros sitios ni siquiera me daban...
-¿No le daban? ¡Pues no es extraño! Yo he bromeado con usted... le he dado una cruel lección... ¡Le daré sus ochenta rublos enteritos! ¡Ahí están preparados en un sobre para usted! ¿Pero es que se puede ser tan tímida? ¿Por qué no protesta usted? ¿Por qué calla? ¿Es que se puede vivir en este mundo sin mostrar los dientes? ¿Es que se puede ser tan poquita cosa?
Ella sonrió débilmente y en su rostro leí: "¡Se puede!"
Le pedí disculpas por la cruel lección y le entregué, para su gran asombro, los ochenta rublos. Tímidamente balbuceó su merci y salió... La seguí con la mirada y pensé: ¡Qué fácil es en este mundo ser fuerte!
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Todos los cuentos de este ruso genial están aquí. Y más.

lunes, 26 de marzo de 2007

Lápices rotos

Yo soy pequeña pero ya sé viajar en bus sola. Yo sé muchas cosas. Sé cocinar para mi hermanito. Sé cuidar la casa cuando mamá no viene a dormir. También sé cómo se hacen los niños. ¿Tú sabes cómo te hicieron cuando eras niño? Te dibujaron. Sí. Eres un dibujo. Todos somos dibujos en jaulas cuadradas, de tinta y lápiz. La mamá pone el papel y el papá hace el dibujito. La maestra dice que no repita esas cosas, debe pensar que estoy loca. No estoy loca. Sé todas las tablas de multiplicar del 1 al 14. Pregúntame. ¿9 por 7? 63. ¿11 por 12? ¡143! Sé coser la ropa cuando se rompe y mi mamá no puede coserla porque llora y llora. Sé los nombres de los colores. (Se señala un ojo) Morado. (Se señala el brazo, en diferentes puntos) Negro, azul, lila, rojo. (Se cubre la piel, avergonzada) me gustan los colores. Me gusta colorear pero no me gusta dibujar. Sólo coloreo manchas, en la pared, en los muebles. Mi mamá no quiere que coloree a mi hermanito. Ella me colorea a mí. Y mi papá también. Mi mamá no sabe que cuando ella no está en la casa, viene uno de mis papás, el más malo. Me ayuda a hacer dormir a mi hermanito, que no es su hijo y luego... luego... (Suspira) Si no le hago caso me colorea con sus manos. Todos sus colores son oscuros, fuertes, duros. El viene cuando ella no está y quiere... trata... me enseña a dibujar, ¿usted entiende? (Tiene arcadas). Le diré a la maestra que nunca más quiero dibujar. (Pausa. Mira a los ojos del espectador. Tiembla). Usted... ¿usted no es amigo de mi papá, verdad? (Suspira aliviada. Rompe sus lápices). Esta noche me llevo a mi hermanito. No se lo cuente a nadie. No quiero que mi hermano aprenda a dibujar. Quiero que sea boxeador. Médico. Policía. Jardinero. Carnicero... (Lee los carteles de la calle que ve al paso del bus) Peluquero... Oculista... ¡Ah! En la esquina del oculista bajo siempre. Hoy mamá llega tarde. No nos va a encontrar. Cambiaremos de jaula. (Muestra un borrador). Nos vamos a borrar.

Monólogo mío de un proyecto para Polonia, con personajes que actúan en el bus o en la parada y cuentan sus historias. Programado para el 2008-2009.

jueves, 22 de marzo de 2007

El closet

Siempre supe que la culpa era mía. Que mi hijita no se había muerto por una enfermedad, sino por mi culpa. Hoy tendría 7 añitos si yo no fuera tan mala. Si yo no fuera el monstruo que soy. Correría, jugaría, tendría que prohibirle ver televisión hasta muy tarde tal como me prohíbo ahora salir de este closet. Porque no quiero hacer más daño, pero no puedo evitarlo. Soy dañina. Muy dañina.
Descubrí mi poder cuando murió mi padre. Me metí el chicle en la boca casualmente, sin entender que de él dependería la vida de mi papá. Lo masqué durante horas, como masca una los chicles cuando es una niña nerviosa. Terminé y lo pegué debajo de una silla, y en ese mismo momento mi padre rodó las escaleras. Pero no me di cuenta. No asocié los hechos. Si dejé de comprar chicle fue instintivamente, más por vergüenza de adolescente que por decisión. Y cuando volví a comerlo, volvió a pasar. Bastaba mirar a una persona a los ojos antes de ponerme el chicle en la boca para que ésta fuera condenada a muerte. Lo intuí con Ricardo, mi enamorado, cuando falleció. Su carro chocó en el mismo momento en que yo escupía el chicle en el water. Me dio mucho miedo. Lloré mucho por él. Como lloré cuando nació mi bebé así, enfermita, incapaz, era mi culpa. Y para aliviarla – mejor dicho: para aliviarnos – al saber que lo suyo era incurable me metí otro chicle a la boca mientras le acariciaba la frente, esa frente que nunca tendría ideas, mirando esos ojos que nunca podrían ver. Lloraba y mascaba. Pasé dos días masticando sin sacármelo de la boca. No me atrevía. Me daba pena y mi madre me vigilaba. Había vuelto a meterse en mi vida y creo que me vio cuando lo escupí. La bebé dejó de respirar y murió como mueren tantos a esa edad. Mi madre, en cambio, murió de una forma diferente, luego de pasarse una tarde insultándome, culpándome de todo mientras yo solamente la miraba y mascaba. Me comí otro chicle por mi hermano, el preferido de mamá por ser hombre, y otro más por su esposa, la odiosa mujer perfecta. Todavía deben estar afuera si es que no los han recogido. Creo que no.
Ha pasado el tiempo y el olor se siente todavía. Hace mucho me metí acá con una caja llena de chicles para mascarlos con odio pero sin matar a nadie. Para que no me culpen de más muertes. Aunque sé que eso no va a pasar, porque fueron muertes naturales. Pero igual me escondí. Porque soy culpable aunque sólo yo lo sepa. Yo y tú que me miras a los ojos, asustado. Sal y cierra la puerta. Nunca voy a salir de aquí. Pero antes mírame a los ojos. Prométeme que no vas a contar nada de lo que te he dicho. Mírame, este chicle es de fresa, y va por ti. No cuentes nada porque si no, cuando deje de masticarlo, te vas a enterar.



Uno de varios textos míos para actuar dentro de closets, en la entrada de distintos teatros. Ojalá el proyecto resulte.

Alfredo Bryce Xerox


Recibí de mi amigo Dante un mail reenviado de su amigo que firma cg, quien recopila artículos de Alfredo Bryce Echenique que son, al parecer, plagios de otros artículos originales que también se encuentran en internet.
Ejemplos de ese mail:
Un artículo sobre la dura realidad de las calles, de Bryce Echenique, del 12 de noviembre de 2006. Y otro artículo igualito de José María Pérez, del 10 de noviembre de 2005.
Otro sobre Tabaco y mujer, el de Bryce es del 15 de octubre de 2006. El otro, casi tal cual, es de Eulalia Solé, de julio del 2005.
Finalmente, uno de Bryce sobre John Lennon idéntico a otro de Nacho Parra. Claro que el de Parra es de Julio del 2005 y el de Bryce... de octubre del 2006.

Gracias Dante. Gracias internet. Gracias cg e, inevitablemente, gracias Alfredo por demostrar lo demasiado humanos que somos todos.

sábado, 17 de marzo de 2007

Tom, Buckwell, John and James.


A Tom le gusta la publicidad. En especial la que tiene buenas fotos, como la de Kookai o Aubade, y aquí las muestra. A Buckwell le gusta Mónica Bellucci y tiene acá todas sus fotos, videos, etc. A John Lehmann le gusta hacer foto digital con flash y un equipo mínimo y creativo. A un grupo de Cinemaníacos le encanta coleccionar frases famosas del cine. Y a la gente de www.gigposters.com les gusta sacarte el dinero con posters como este de James Brown –diseñado por Moctezuma- y otros así de buenos. Debería haber un navegador web que se llame Pandora.

Las distintas maneras de beber agua



“El agua estancada no es tan mala en calidad cuando está expuesta al aire como cuando está bajo tierra. Aunque el agua corriente no está necesariamente expuesta al aire; esto sólo es así cuando sale desde debajo de la tierra y fluye sobre ella. Hay que apreciar también, que el agua corriente que discurre sobre la tierra es más sana que aquella que fluye sobre piedras, porque la tierra limpia filtrando las materias extrañas mezcladas con el agua, mientras que las piedras no lo hacen. Pero la tierra debe estar abierta al cielo; no debe ser ni fétida ni pantanosa ni nitrosa similar, porque si un volumen grande de agua discurre rápidamente sobre tierras, los materiales mezclados pasarían a la propia naturaleza del agua. Si la dirección de la corriente fuera hacía el este, y en verano, será entonces considerada como mejor en calidad, especialmente si es recogida lejos de la fuente. Esa agua enseguida se convierte en caliente o fría en el cuerpo. La siguiente mejor agua es aquella que corre hacía el norte. Esta agua pasa despacio a través del estomago y es indigesta y se convierte en caliente o frío en el cuerpo más despacio. El agua que discurre hacía el este o el sur es mala, especialmente si los vientos son del sur en ese momento”

Avicena vivió del año 980 al 1037. Médico, científico y filósofo, autor fundamental para la historia de la Medicina. Escribió El libro de la curación y el conocido como Canon de Avicena, de donde tomé el texto citado. Lo lees acá, a medio traducir y sin indicación de autor. No encontré otras fuentes en internet. Es fascinante cómo la medicina tradicional, tan valiosa, suena a veces tan ridícula como la medicina "moderna".

domingo, 4 de marzo de 2007

Lo mismo diría yo del amor y de la vida


"El teatro está hecho de raíces que germinan y crecen en un lugar bien preciso, pero también está hecho de semillas esparcidas por el viento siguiendo la ruta de los pájaros. Los sueños, las ideas y las técnicas viajan con los individuos, y cada encuentro deposita polen capaz de fecundar. Los frutos maduran de la necesidad ciega, del trabajo obstinado y del espíritu de improvisación, y contienen semillas de nuevas verdades rebeldes"
Eugenio Barba, Brindisi, 1936, citado en un mail del Celcit Argentina que guardaba allá y hoy guardo acá.