miércoles, 20 de junio de 2012

No mires por la ventana


Papá, soñé que Camila, tú y yo estábamos acá arrodillados en esta esquina de la sala mirando afuera por la ventana, y ahí afuera había un payaso que Camila había invocado, un payaso gigante, GI-GAN-TE, con unos brazos larguísimos que se movían así –mueve los brazos- y nos espantaba, y de repente Camila me dice:
-No sé tú, pero en tres segundos me iré corriendo de aquí.
Y yo quería decirle que también, claro, iba a correr, ¡pero no podía parar de tomarle fotos con mi iPod! Y de repente me di cuenta y le contesté:
-Quiero correr pero no tengo el papelito.
Y es que para correr necesitábamos un papelito con la foto de alguien famoso que yo no había conseguido. Y luego, cuando apareció otro payaso más chico pero también enorme y con unos ojos rojos horribles y quiso jalarme, me desperté. Me volví a dormir y estaba en una biblioteca con una amiga y de repente, cuando trataba de bajar uno, todos los libros se caían sobre mí y yo estiraba los brazos y los detenía pero uno grande golpeaba el suelo y la bibliotecaria decía:
-¿Qué pasa?
-Nada, le dije yo, nada.
-Pues ese libro tienes que pagarlo, me gritó, y yo le pregunté cuánto valía y me respondió: ¡350 soles!
-No puedo, le dije, no lo voy a pagar, solamente se ha caído.
Pero ella insistía en que pague y encima era un libro que tú, papá, habías escrito. Mi amiga tenía tres soles cincuenta y yo cero, como te imaginarás. Y después de pelear con las dos bibliotecarias una de ellos me dijo:
-Te exijo que pagues el libro este 31 de junio.
Entonces yo sonreí y me fui caminando contenta, calladita. Y me desperté. He soñado un montón de cosas. ¿Has visto mi iPod? Quiero enseñarte las fotos del payaso.
  

martes, 12 de junio de 2012

No recuerdo el nombre de tu hermana.


El se acerca a la ventanilla de mi auto, a la salida de la oficina, y me pregunta si lo puedo jalar.
Claro, le digo, sube.
Es el encargado de logística. Tenemos años trabajando juntos y nunca hemos conversado más de un par de minutos.
Hablamos tonterías. Generalidades. Qué loco está el clima, digo yo. Qué rápido se ha pasado el mes de mayo, al toque ha llegado junio, me dice él.
Yo le hablo del frío. El me habla del tráfico.Yo le digo que tengo varias rutas y que puedo llevarlo por donde le convenga.El me dice que le toma dos horas y media llegar a su casa en Nueva Esperanza, ¿conoce Nueva Esperanza?
Me explica cómo llegar. Le hablo de cualquier cosa y él me vuelve a decir que mayo ha pasado volando. Pienso en responderle eso ya me lo dijiste pero él agrega con énfasis: ha sido terrible mayo para mí. Terrible. Mi hermana querida falleció este mayo en un accidente.
 Qué triste, le digo, agobiado por el dolor que de pronto nos inunda a los dos dentro del carro.
Un accidente en la carretera, dice, regresando a Huancavelica. Vino a Lima y al volver…
Hace una pausa y agrega, sin tono: Vino para mi santo. Mi cumpleaños es en mayo y vino y justo regresando…
Hace otra pausa y después me dice el nombre completo de su hermana, ¿salió en los periódicos, no vio?
Pienso que debe sentirse culpable y antes de que lo diga –no se lo iba a decir- él agrega: me he sentido culpable, señor, he tenido una pena así, inmensa, y he pensado que ha sido todo por mi culpa.
No puede ser, le digo, un accidente no es culpa de nadie, y si lo fuera sería del chofer, de los que no mantienen las pistas, de…
Me callo. El continúa: yo la había llamado para que venga a mi santo, no te veo hace tiempo, le dije, ven para celebrar juntos y ella me contestó que iba a ver si podía, que no me aseguraba. Y de pronto se apareció y me dijo cómo no voy a venir, hermanito, con lo mucho que te quiero no iba a faltar pues, y después se regresó de golpe a los dos días, se fue a la terminal de Yerbateros y ahí agarró su carro, una station wagon. Me llama y me cuenta que ya está en camino y yo le digo avisa cuando llegues a Huancavelica. Y bueno, así hasta que a la una de la mañana suena el teléfono y veo en mi celular el nombre de ella y… 
Yo había estado angustiado por las puras, señor, me dijo, el cuerpo, el alma avisa, había estado preocupado sin razón, cuidando a mis hijos, recomendando a mi esposa que no se arriesgue, así como nervioso sin explicación, y cuando sonó el teléfono y vi su nombre y escuché que me hablaba una voz de hombre pensé que había pasado algo feo, esto era, dije, y el hombre me preguntó si yo era pariente de--- ahí él me repitió el nombre de su hermana y ahora que escribo esto me doy cuenta de que simplemente no lo recuerdo. Sí, les dije, soy su hermano. Bueno, llamamos para reportar que ha sufrido un accidente y deben presentarse los familiares para evacuarla de inmediato.
Terrible fue. No sabía que sentir, acá tan lejos y a medianoche. Llamé a toda la familia, a mis hermanos en Huancavelica que estaban más cerca del pueblo donde fue el accidente.
Llamé y llamé hasta que contestaron. Tener que decirles eso, señor... Bueno.
Fueron. Ya la habían evacuado a Huancayo.
Viva la vio mi hermano pero tenía fracturas en las piernas, en la espalda, y tres costillas rotas. Una le perforó el pulmón y murió de taquicardia.
Llamé cada hora hasta que a las once me dijo: se ha ido nuestra hermana, se fue.
Mi esposa se privó, yo no dije nada pero mi hijo sacó su maleta, dobló mi ropa y me dijo anda papá, vete, anda.
Hace una pausa. Yo sigo manejando tragándome el aire como alguien que boquea a punto de ahogarse. No lloramos porque somos hombres y apenas nos conocemos, pero el aire frío llora por nosotros.
Se salvó la hijita, por suerte, me dice.
¿Viajaba con su hijita? pregunto asombrado y me responde que sí, que tiene tres años, que solo se quebró el huesito de la clavícula porque su madre la protegió con su cuerpo y que como es niña se va a reponer todo lo que se rompió, pero el alma… el alma se rompe también.
Sí, le digo, solamente sí.
¿Y sabe qué señor? Es como una cadena. A mi hermana la dejó mi mamá por negligencia médica, de peritonitis se nos fue cuando mi hermanita tenía dos años y medio, y ahora le pasa lo mismo a ella con su niña.
Silencio. 
Mira hacia la esquina y me dice naturalmente acá me bajo, gracias, gracias. No, le digo, no hay de qué, y sigo manejando despacio y en silencio y llego a mi casa y me siento a escribir esto deseando que su dolor se cure, que nadie se accidente, que la vida se explique sola y sin desgracias.Porque escribir también es pedir imposibles.
Recuerdo muchos detalles – que el auto rodó 150 metros, que el pasajero que se salvó subió a pedir auxilio, que el pueblo del accidente se llama Huando, que el cumpleaños de él fue el primero de mayo- pero, qué absurda es el alma cuando se rompe, no puedo acordarme del nombre de su hermana. Solo puedo recordar su historia para despedirla con amor.
Dios la cuide. Dios nos cuide a todos.