jueves, 23 de diciembre de 2010

Postal

Yo te escojo hoy. Te escojo por lo bueno. Te escojo angustiado, molesto o impaciente, pero te escojo. Te elijo sin palabras, todos los días, y todos los días deseo que me elijas también. Nada más. Es eso, simplemente: escogerse el uno al otro cada noche. Decir: te vuelvo a tomar, con todo lo bueno y lo malo. Con una emoción sencilla, una que borra todo lo demás.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Uruguay, no sé por qué.

Uruguay es el pasado perfecto. Una infancia feliz. Un momento ausente. El inicio de todo lo que soy, lo que seré, lo que no he sido. Uruguay es el amor, la escritura, la memoria: el tiempo detenido. Uruguay es sepia, nublado, desenfocado, triste, pero a la vez esconde la luz de mil amaneceres que solo los más alegres pueden ver. Uruguay es una carta que llega cada semana, una foto en blanco y negro, una oración, un callejón sin salida, una sonrisa que se muestra sin destino. Uruguay es el silencio de un niño desesperado, es un sol que me abraza ocho veces y me abrasa ocho más. Uruguay es un mar calmo. Uruguay eres tú, fantasma que me tocas la frente para saber si tengo fiebre. Luz que se cruza en todos los pasillos. Cielo azul hecho de franjas y suspiros. Uruguay es tu presencia prometida.

No eres Papá Noel. Eres el árbol.



He pasado cinco años viviendo sin árbol de Navidad y dando como pretexto el no quererme llenar de adornos ni de complicaciones o el no creerme la postal publicitaria navideña que yo mismo le vendo a tanta gente. Y de repente, hoy, vamos a armar un árbol. Quizás mis hijas eran chiquitas y no tenía nadie al lado que quisiera formar un hogar o que supiera al menos qué era eso. Pero hoy me impulsan –me empujan, me jalan- mis hijas y sobre todo mi linda K., con tanto espíritu hogareño que no sé cómo agradecerle. Quizás la Navidad me genera emociones contradictorias y las he estado rehuyendo, tratando de impedir que se instale en el centro de lo oscuro. Quizás también le he corrido a sentirme niño, a esa misma sensación que me ayuda a crear y a entender mejor las cosas de la vida pero que, en Navidad, me cuesta encarar. Así como ser adulto significa que en las películas tristes no se llora, pues en Navidad ser grande es mirar por encima del hombro, descreer, resistirse. Pero ya no pude más y me derribaron y compraron las lucecitas y los adornos y hoy seré el jefe de familia que defiende tradiciones aunque no le gusten mucho, el-hombre-que-arma-el-arbolito, y a la vez el niño ilusionado y asustado ante la inmensidad del tiempo y de la muerte. Si todos estos ángeles me traen algo así, pues me toca aceptarlo y entender que esta Navidad me toca ser padre y niño, padre de mis nenas y niño de mí mismo, ese niño al que nos cuesta renunciar. O será que hago todo al revés y soy infantil cuando todos están serios y soy adulto cuando me toca ilusionarme y ser un chico… No puedo entender ni pienso hacerlo. Voy a hacer lo que deba, lo que sienta y lo que salga. Gracias, K., por tu espíritu y tu impulso, que espero corresponder con todo lo que mereces. Gracias chicas, porque los regalos no me los darán ustedes. Los regalos son ustedes.