miércoles, 30 de diciembre de 2009

Sé grande.


Canto eremita sin autor reconocido, descubierto en manuscritos árabes.

Cuando sientas que todo cambia y que deseas vivir mejor, hazte grande.
Sé grande.
Gigantesco.
Los gigantes aún existen: dentro de nosotros.
Para ser como ellos, busca gente grande que te haga crecer, con su cariño y con su ejemplo. Hombres que te cuiden pero te pongan a prueba, que te aprecien pero maldigan tus fallas, que estén siempre allí pero nunca deseen hacerte sombra.
Recuerda siempre entonces que si quieres ser grande, debes empezar sintiéndote pequeño.
El viento te dirá para qué.
Para reconocerlos.
Es fácil.
Los grandes te acompañan, no te roban tiempo.
Los grandes te cuidan, no te exigen imposibles.
Los grandes se preocupan de lo hecho y nunca de lo dicho.
Y lo principal: los grandes quieren que seas grande. Si te mantienen pequeño, entonces... no son grandes.
Junto a estos gigantes podrás aspirar a más.
Que te hagan contemplar de pie sobre la palma de sus manos el horizonte imposible de atrapar desde tu altura.
Que te entreguen el aire puro, la grandeza de miras, lo relativo de toda altura.
Sólo quiere crecer el que alza la cara, el que cree en un cielo y aspira a tocarlo alguna vez.
Imítalos. Sé grande. Sé gigante. Y si no encuentras alguno, crece mirando a los de tu altura. En algo son mejores, para algo los trajo la vida, algún poder tienen que tú no consigues aún.
Sé de todos los tamaños y siéntete siempre bien.
Siéntete pequeño.
Siéntete igual.
Y ante los pequeños, siéntete un gigante. Para que crezcan con tu ejemplo. Para que sus tonterías, sus insultos, sus tensiones, sus mentiras y su amargura se evaporen en el fuego del perdón. Ese fuego que solamente se ve desde el punto más alto.
Sigue a un grande y serás grande. Respeta a tus iguales y serás más grande. Perdona a los pequeños y te agigantarás.

Reconstrucción: Ian Andrews.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

No la envuelva, me la llevo así.



Si hay algo que disfruto es el regalo de la soledad.
Poder elegirla sin culpa. Poder vivirla sin causar pena. Poder recibir un "¿prefieres estar solo?" sin sentirme mal y sin que la otra persona lo haga porque soy un antisocial o no quiero a nadie o me debo estar muriendo de pena o cualquiera de esas cosas.
No.
Merezco la soledad cuando la elijo.
Después de vender campañas, asistir a reuniones, lanzar todo tipo de ideas y escribir muchas cosas más, merezco mis diez minutos en la oficina, mi paseo por el parque húmedo, mi noche a solas, mi abandono dulce y silencioso.
No entiendo a los que regalan un ipod y luego no paran de hablarte.
Entiendo a quienes se callan y miran lo mismo que tú, sin tratar de transmitirte sus neuras ni sus malas ondas ni sus perturbaciones.
Te aconsejo callarte. Te aconsejo de vez en cuando amar de lejos: no es malo. Te aconsejo cuidar al solitario y querer al abandonado, pero también respetar el silencio ajeno cuando el otro lo desea y le ha costado ganárselo.
Duro trabajo identificar cuál de los solitarios necesita compañía y cuál necesita, tan solo, una palmada en la espalda y oírte respirar en paz al verte llegar, al verte partir.
Feliz Navidad.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Mía, me emocionaste.


Mía termina el colegio. Toga y birrete. Gran ceremonia. Discurso. Lágrimas. Bichitos miraflorinos bajo el toldo que solo tocan a los papás y se van sin picarnos. Chicos con ganas de quedarse en el cole para siempre pero también ganas de no volver a levantarse temprano ni pasar horas en una silla dura. Ya van a ver. Hablan de las huellas que deja cada persona, de los profesores y de los papelitos, los apodos, los patas. (No hablan de amor, locura ni vicios, pero ahí está la vida escondida bajo esas túnicas como manteles y esos sombreritos como bandejas). El recuerdo del relajado, del fresh, del chato, del yo no fui, de la artista que se dormía en clase, del pañalón, del payaso que te curaba el mal humor, del rojo, de la mona, la che, la modelo, la pipol… De tantas cosas que se viven a esa edad, a toda edad. Y que nos conmueven en las ceremonias, creadas para eso mismo: Para recordarnos el valor de lo vivido y lo por venir, para entender que siempre llegarán cosas buenas y para darnos cuenta de que cada año acaba una prom. La prom del cole, la de los amigos, la de esta edad. Tu hija de 9 o la de 15 o la de 19 no serán las mismas el próximo año, así que disfrútalas y aprecia el tiempo, ríelo mucho y cuando se detenga -que para eso también se crearon las ceremonias, para detenerlo- cuando se detenga, llora. Y si eres el papá, llora pero finge con dignidad que uno de los bichitos de la noche miraflorina se te ha parado en el ojo. Y di oh, demonios! como decía uno de ellos, para que una profesora te corrija y te obligue a decir oh, rayos! Como siempre ha sido. Como siempre será.


martes, 15 de diciembre de 2009

Sin moño, por favor.

La navidad es una cosa y los regalos son otra. Siempre lo he sentido. A mí me tiene sin cuidado lo que me dan, creo que me gusta simplemente ser recordado y sorprendido. A veces me dan prendas que no son las que uso, pero acabo usándolas porque me pongo todo, lo que sea, y si es dado con cariño mejor. A veces adornos que no uso o libros que no leo, pero los agradezco feliz. Soy buen pobre, así que pongo en aprietos a quien me pregunta qué quiero. ¿Qué quiero? Tonterías. Un tajador eléctrico o mejor aún, uno mecánico como esos de oficina antigua. Un lector de todo tipo de tarjetas fotográficas, compact flash, sd, etc. de los más simplones. O un cuaderno de La despensa. Un polo. Un lapicero. Definitivamente no aprecio tanto tener como dar y recibir. Así que intercambiemos afecto, abrazos, energía, tiempo, perdones y sonrisas. Eso es la navidad, ¿no? Una fecha donde lo más importante no se puede envolver.

Claro, mis hijas no piensan lo mismo. Tendrían que ver la lista a Papá Noel. Feliz Navidad.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Patria es el lugar donde uno ama


Llegué a este país por primera vez, por tierra, acompañando la gira de una obra de teatro que yo había escrito, con actores entrañables, con gente de primera. Recuerdo Guayaquil con exactitud enfermiza: las paredes infestadas de grillos, la lluvia caliente, el ron, la sonrisa de Isabella, las funciones, el murciélago en la lavadora, el estero, la carne en palito, la cola en funda. Recuerdo que luego conocí Quito, donde sentimos frío y asombro.
Meses después volví a este país, a una isla paraíso llamada Jambelí, para tratar de arreglar un romance que ya estaba demasiado roto y del que paradójicamente nació lo mejor que me había pasado hasta entonces.Años después el trabajo me volvió a traer y te conocí en Quito. Llegaste con la sonrisa limpia, una carta muy arrugada y ganas de burlarte de todo. Fuimos amigos hasta que el tiempo nos puso un límite y las barreras se rompieron, como nuestra piel esa última noche. Recuerdo en desorden haber ido contigo a Galápagos, haber volado a buscarte en Manta –donde me mostraste la casa quemada- y habernos reencontrado en Guayaquil. Aquí vimos cantar a Mercedes Sosa en una tarde lluviosa. Aquí escuchamos con cariño a mi primo el suicida creador. Aquí comimos bien, dormimos mucho y nos amamos más. En Quito oímos al cantante que volvería a sonar cuando salimos de la clínica, años después, con una hija en brazos. En Quito también vimos un desfile de año nuevo lleno de muñecos destinados al fuego que se nos grabaron como símbolo del futuro. En Salinas compartimos el mal tiempo y el mar. Y ahora que paseo por la noche tibia me acuerdo de todo eso, perdido como una carta doblada que se refunde entre los papeles de un cajón que se desprecia. Aquí me han pasado cosas, y me abisma recordarlas, y me duele haberlas perdido, y me alegra darme cuenta de que no las olvidé.