viernes, 27 de julio de 2007

Terroncito de azúcar


El ser humano vive desenganchado de sus emociones. En vez de hablar de lo que siente habla de lo que hizo, de su agenda, de dinero. En vez de preguntar y escuchar espera el silencio del otro para llenarlo con su discurso. En vez de ser humano quiere ser máquina, ser hielo, ser reloj. No acepta, critica. No oye, censura. No sabe conectar, entender ni revelar.
En Lima el alma se esconde de otra manera, como en ciertas otras ciudades: con “humor”. Humor entre comillas porque no es humor inteligente ni inquisidor ni rebelde, es simplemente humor idiota para callar al otro, para llenar el espacio, para no dejar que la idea brillante o la emoción auténtica ocupen el diálogo. Di algo emocionante y te dirán algo chistoso o te soltarán una mueca de burla. Suelta una idea y te lanzarán un “o sea que…” seguido de una broma que matará tu concepto y hará aplaudir al grupo.
O eres chistoso o te callas. O te buscas gente inteligente que oiga razonamientos sin burlarse, que te deje sentir y decir lo que sientes, que respete al ser humano –uno por uno- y no le linche –en grupo- el alma.
De repente por eso, también, tantos peruanos se van.

sábado, 21 de julio de 2007

Nos estamos llenando de poemas.


Tomar medidas extremas.

Un vals zíngaro

Esta canción la conocí en un disco que me regaló Gabriela. Se la sugerí de título a un espectáculo que dirigió Sandra. Hoy la oigo y me sigue enseñando. En todo caso, ya no le temo a lo mismo que temí hace poco.

SOLO POR MIEDO
Letra: Juan Pablo Silvestre.
Música: Pedro A. Burruezo y J. P. Silvestre

Qué bonito es el miedo cuando es sincero

qué brillante el futuro cuando es oscuro
qué exquisito el delito cuando lo grito
cuando lo grito.

CORO: Una vida más tarde comprenderemos

que la vida perdimos
sólo por miedo.

Qué belleza la vida cuando se olvida
qué profunda la herida si está dormida
qué segura una barca a la deriva
a la deriva

CORO: Una vida más tarde comprenderemos
que la vida perdimos
sólo por miedo.


De qué sirve la calma si no me salva

cuánto vale mi alma si no cabalga
dónde va la esperanza si no me alcanza
si no me alcanza

CORO: Una vida más tarde comprenderemos
que la vida perdimos
sólo por miedo.

Qué bonito es el miedo cuando es sincero

qué salvaje el deseo cuando te veo
quién pudiera decirte lo que te quiero
¡cuánto te quiero!

CORO: Una vida más tarde comprenderemos
que la vida perdimos... sólo por miedo.

miércoles, 18 de julio de 2007

Poema en un ex libris

Deserción

Se fue el pasto,
el arroyo,
Se fueron los caballos.
Los árboles,
la casa,
los caminos se fueron.
La costa ya no estaba,
ni la mar,
ni la arena.
Me quedaban las nubes,
pero también partieron.

Oliverio Girondo

Encontré este texto en el marcador de libros de una editorial, Mesa Redonda. No había más datos. Pero aquí sí.

lunes, 16 de julio de 2007

Ahora que viene mi libro...


Cuando era chico quería ser Rafael Martos Sánchez. Mejor dicho, Raphael. Mi hermana, siete años mayor, lo adoraba. Ella de trece y yo de cinco íbamos al cine a ver sus aventuras románticas –las de él, no las de ella que sólo las soñaba- y cuando ella lloraba yo me conmovía, y cuando a ella le brillaba la sonrisa, yo sonreía con ella. Mi felicidad era la de mi hermana, y la de mi hermana era la de Raphael. No quería cantar ni hacer sus ademanes, solamente quería hacerla feliz porque ella a veces me parecía muy triste.
Raphael desapareció de mí como a los ocho años y nunca más supe de él hasta que comencé a hacer teatro y a escribir obras, a los 16, cuando me di cuenta de que quería hacer que la gente se emocione en sus butacas y sienta la vida pasajera, el dolor revelador y el amor inmenso y misterioso como me lo transmitían las películas de Raphael. O mejor dicho, las reacciones de mi hermana al ver esas películas que hoy, obvio, lucen ridículas y mal hechas. Ahora que voy a editar dos obras, creo que ya puedo decirlo: en cada pieza mía hay una canción de Raphael escondida, una donde aparece la Virgen María en una gruta, otra donde alguien se enamora y olvida mientras finge ligereza, otra donde un niño es atormentado por el adiós de alguien que quiso... Me sonaba ridículo admitirlo pero creo que en estos tiempos de strip tease emocional ya se puede contar esto. Digan lo que digan.

viernes, 13 de julio de 2007

Vienen las palabras


Feliz. Voy a presentar un libro con dos obras mías: El último barco y Superpopper. Tal vez se venda ya en la Feria del Libro este mes de julio, de hecho se presenta en agosto en Crisol. Como adelanto, un monólogo que forma parte de la primera obra. Muy largo para mis posts, pero la alegría es larga.

XVIII
(El abuelo uniformado, con una medalla en la mano, habla con la sombra de otro bombero).

Señor Comandante General del Cuerpo de Bomberos del Perú, nombrado en 1917 y muerto en 1943, representado por el oficial Oscar Mendieta. Con la mayor cortesía lo he convocado a este sueño porque me veo en el imperativo moral de retornarle la Medalla al Valor que me entregara en 1929, y a pedirle castigo ejemplar para un impostor y mal bombero, el que habla. ¿Se acordará de mí? Cabo Salvador Barco, Medalla al Valor, imagínese: ¡si he sido un cobarde! ¿Recordará cómo me la dieron? Yo tenía 20 años cumplidos y uno de voluntario cuando ocurrió el gran incendio. Y aunque dicen que arriesgué mi vida, que di todo de mí, que entré al fuego a salvar gente como quien se mete a una tina, es falso. Hasta meterme en una tina me resultó... tan difícil. Sí, saqué tres o cuatro personas, tal vez 20, pero no fue nada del otro mundo. ¡40 cuadras ardiendo daban tantas oportunidades de ser héroe! Pero en medio de todo yo pecaba.
Estaba enamorado y en vez de salvar más personas me distraía pensando en ella. Vivía frente a mi casa, en Santa Beatriz. Yo la veía todas las noches desde mi ventana. Su ropa caía, mis manos se mojaban y mi boca se secaba. Nunca llegué a hablarle. Era tan pura, tan blanca, tan ajena. Tenía 16 años y no sabía que la espiaba. Pensaba en ella cuando apagaba una casa, una carreta o lo que sea. Por eso ponía tanto ardor en mi tarea. Por eso gané la medalla que hoy devuelvo porque esconde mi pecado, mi pasión, mi cobardía. Yo mojaba rescoldos pensando que la cubría, que la besaba, ella era la llama y yo la manguera. Y en esa época esperaba esta medalla, la ceremonia, las fotos en el diario La Prensa para ganarme aunque sea una mirada de ella, un poco de amor calladito y lejano. Eso me hizo correr cuando oí la alarma, salí del bar, llegué a la Bomba, me vestí y me dijeron: “¡40 cuadras arden!” Y yo respondí para ella, en silencio: “hoy por ti me hago héroe”. Salimos de rojo los bomberos de moco negro y casi me muero al ver que esas 40 cuadras eran ¡las de Santa Beatriz! Me metí primero a mi casa y luego a todas las de su cuadra salvando a tanta gente nada más para que parezca casual nuestro encuentro en la última puerta, esa que calculé no iba a quemarse hasta que nos encontráramos, yo con el agua verde, ella con sus lenguas rojas. ¡Por eso quiero devolver esta medalla! ¡Porque el cálculo me falló! Cuando llegué a su puerta, la casa estaba vacía. Su gato corrió encendido como un vómito del infierno, las cortinas, el techo y la alfombra se volvían humo y luz delante de mí y yo no podía gritar su nombre porque no lo sabía! Llegué al último ambiente: un baño de pino con una gran tina al centro, y allí, cubierta de agua, estaba ella entre la espuma, los ojos húmedos, invisible y tímida. “Salga”, grité, “yo la salvo!” Pero ella no se paraba porque estaba desnuda, y me di cuenta que prefería morir antes que mostrarse así. Entonces le dije: “le doy mi ropa si usted quiere...” y ella se acurrucó más entre el jabón y sus hervores, le dio miedo imaginarme desnudo, yo temblaba y la casa también, y caía mi sudor ardiendo como caían las vigas, y entonces, Mendieta, Señor Comandante, no supe qué hacer, no resolví nada mientras la tina burbujeaba y mi traje se blanqueaba, y ella levantó un dedo como pidiendo apoyo, pero la casa se vino abajo y no recuerdo más.

Amanecí hospitalizado, vivo de milagro, pero ella nunca apareció. Se la comieron las brasas y yo durante años me culpé de mi duda y de su muerte, y cada 10 años lloré y sufrí en sueños por ella, viéndola con el dedo arriba. Cuando cumplí 60 me percaté de que debí desnudarme y entrar con ella en la tina, debí morir mojado y abrasado para no pasar el resto de mi vida en ascuas, debí apretarla para irnos juntos a la Gloria o al Infierno. Esa es mi carga, Señor Comandante. Una culpa tan horrible que ni siquiera tiene castigo. Cuando cumplí 70 soñé que esta medalla me hería el pecho y me ampollaba los dedos, porque no la merezco. Y si la devuelvo hoy es porque he prometido, en un sueño final, encontrarme con ella. Volví a verla, ¿sabe? Y me di cuenta de que su dedo en alto no era un pedido sino una cita: espérame en el cielo, como el bolero, allá te veo. Y desde entonces busco un atajo para llegar a ella. Y desde entonces busco a mi hijo y lo busco a usted. Para encargarle a mi nieto, que está medio loco, y a mi nuera la fastidiosa. Para devolverle este escudo inútil, porque ella me espera desnudo, Señor Comandante. Ojalá nomás que usted no se moleste ni haga sonar sirenas, porque apenas nos abracemos... se va a incendiar el cielo.
Gracias por todo, Mendieta, Comandante. Hasta pronto.



Foto: Clouds of fire by Helen Lisher.

lunes, 9 de julio de 2007

Títeres del mundo


Criado para el teatro por Sara Joffré, con quien comencé haciendo teatro para niños, y por Vicky y Gastón Aramayo, con quienes aprendí durante cinco años a ser titiritero en su grupo Kusi Kusi, he apreciado siempre el teatro infantil y de títeres y tengo muchas deudas con ambos. Por eso rescato páginas de titiriteros como esta en inglés: Puppeters Unite. Técnicas, videos, de todo, como esta foto de la reseña de The Rocky Horror Puppet Show. Además, hay páginas llamativas, como las del Cosmic bicycle theatre, la del Teatron, la del Sandglass theater y la del Festival 2004 de escuelas de teatro de títeres.

domingo, 8 de julio de 2007

Vals peruano


Hay quienes lo aman y quienes lo odian, pero nadie deja de tararear uno cuando corresponde. Quien viva lejos, que busque y baje un disco de Lucha Reyes y otro de Arturo Cavero para que recuerde de qué le hablo.
Yo recojo una letra y la pego aquí, al pie de este domingo opaco. Es de Augusto Polo Campos, admirable (como autor).


CADA DOMINGO A LAS DOCE

Cuando tengas que partir, quiero que sepas,
que estaré pensando en ti
todos mis días.
Vivirás en mi alegría y mi tristeza,
reinarás en el altar
del alma mía.
Al partir me dejarás tus agonías,
y en la casa que sin ti
quedó muy triste
nadie ocupará el lugar que tú tenías,
porque se murio mi amor
cuando te fuiste.
Cada domingo a las doce saldré a la ventana
para esperarte como antes
despues de la misa.
Y en la esquina solitaria voy a ver a mi alma
que espera tus pasos
buscando mis brazos
y sin tu sonrisa...
se irá el sol de la mañana,
te llorarán las campanas,
cada domingo a las doce, después
después de la misa.

viernes, 6 de julio de 2007

Otra lista más

Cosas que necesito ahora:
- Las obras completas de Sarah Kane en español
- Otra caja de Chianti
- Dormir mucho y chatear menos
- El comentario de Alberto Isola para mi libro
- El poema de Lila Ripoll titulado Viagem en un libro suyo que se titula igual
- Dejar de guardar regalos en La Caja que perdió el Sentido
- Arreglar la ampliadora
- Acostumbrarme a ir solo al teatro
- Una lista de nuevos sueños, nueva gente, nuevo todo.