martes, 30 de septiembre de 2008

Como si fueran de ayer


Una web dedicada a cámaras pobres: de plástico, viejas, de mala imagen.


Y la web de Mr. E. Cipher, especialista en hacer fotos a través del visor de una cámara antigua.

La foto es de Cipher. Esa corriente genera imágenes mágicas y hermosas. Ya haré las mías.





El cuadro


Ella lo pintó hace más de 15 años. Nos conocimos en la cola del teatro donde me habló maravillas de una obra que acababa de ver, y a mí me costó días decirle que yo era el autor. Mi obra no era tan maravillosa, pero ella sí. Su carácter, su inteligencia y su talento me acompañan todavía como ejemplos de vida. Nuestra relación terminó mal -por mi infinita incapacidad de enredarlo todo- pero mi admiración por ella seguía tan presente como sus cuadros, que me acompañaron aun después de que ella se fue. Formé una familia y mi mujer aceptó que esos cuadros fueran parte de la casa. Me separé y al llevármelos me di cuenta de que no me pertenecían. De que eran tan bonitos que conservarlos era quitarle algo a quien los pintó. La busqué y se los devolví. Tuvimos un diálogo telefónico brevísimo. No la vi. Los dejé con el vigilante. Me sentí etéreo y liberado, feliz, entero. Como el ser que surgía del cuadro que fotografié malamente en el carro, antes de que el huachimán lo recibiera con escepticismo. Oí una niña reírse durante la llamada. Mi hija quiere ser pintora. Yo también sonreí.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Galeano no tiene DVD


Un artículo muy lúcido de Eduardo Galeano. Me lo mandó Gaby.


Por qué todavía no me compré un DVD


Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.
No hace tanto con mi mujer lavábamos los pañales de los críos. Los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita; los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar. Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda (incluyendo los pañales). ¡Se entregaron inescrupulosamente a los desechables!
Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó tirar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el bolsillo y las grasas en los repasadores. Y nuestras hermanas y novias se las arreglaban como podían con algodones para enfrentar mes a mes su fertilidad.
¡Nooo! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto.

Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.
¡Guardo los vasos desechables! ¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez! ¡Apilo como un viejo ridículo las bandejitas de espuma plástica de los pollos! ¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos!
Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida. ¡Es más! ¡Se compraban para la vida de los que venían después! La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, fiambreras de tejido y hasta palanganas y escupideras de loza. Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de heladera tres veces.
¡Nos están fastidiando! ¡¡Yo los descubrí. Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica.
¿Dónde están los zapateros arreglando las medias suelas de las Nike? ¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando sommiers casa por casa?
¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista? ¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?
Todo se tira, todo se desecha y mientras tanto producimos más y más basura. El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad. El que tenga menos de 40 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el basurero!! ¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de xx años! Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII). No existía el plástico ni el nylon.
La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no estaban rodando las quemábamos en San Juan. Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban.
De por ahí vengo yo. Y no es que haya sido mejor. Es que no es fácil para un pobre tipo al que educaron en el 'guarde y guarde que alguna vez puede servir para algo' pasarse al 'compre y tire que ya se viene el modelo nuevo'.
Mi cabeza no resiste tanto. Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que además cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real. Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo)
Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo.
Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita.
¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de comprarlo?
En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto.
Y guardábamos. ¡¡Como guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!!
¡Guardábamos las chapitas de los refrescos! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia-calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas para los bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo guardábamos!
Las cosas que usábamos: mantillas de faroles, ruleros, ondulines y agujas de primus.
Y las cosas que nunca usaríamos. Botones que perdían a sus camisas y carreteles que se quedaban sin hilo se iban amontonando en el tercer y en el cuarto cajón.
Partes de lapiceras que algún día podíamos volver a precisar. Tubitos de plástico sin la tinta, tubitos de tinta sin el plástico, capuchones sin la lapicera, lapiceras sin el capuchón.
Encendedores sin gas o encendedores que perdían el resorte. Resortes que perdían a su encendedor.
Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables.
Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas o del corned beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave.
¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.
Las cosas no eran desechables. Eran guardables.
¡¡Los diarios!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver ¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!
Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los cuentagotas de los remedios por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos. Y las cajas de cigarros Richmond se volvían cinturones y posa-mates y los frasquitos de las inyecciones con tapitas de goma se amontonaban vaya a saber con qué intención, y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía 'este es un 4 de bastos'.
Los cajones guardaban pedazos izquierdos de palillos de ropa (broches) y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en un palillo.
Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden 'matarlos' apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada. Ni a Walt Disney.
Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron: 'Cómase el helado y después tire la copita', nosotros dijimos que sí, pero, ¡minga que la íbamos a tirar! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas.
Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se tansformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de bollones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.
Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos.
¡Ah¡ No lo voy a hacer!
Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad es descartable.
Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas.
Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer.
No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne.
No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo y glamour.
Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares.
De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la bruja como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva.
Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la bruja me gane de mano y sea yo el entregado.
Hasta aquí.



La foto es de Kai Yamada, que hace lo que hace con una cámara de plástico igualita a la mía.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Si yo fuera Serrat, diría lo mismo


Discurso de agradecimiento de Joan Manuel Serrat al recibir un Doctorado Honoris Causa en la Universidad Complutense de Madrid, vía Lado B, aunque no lo ponen completo. Qué lindo sentir que alguien dice mejor que yo algo que se me había ocurrido. En serio. Lo juro. Por Dios.

Antes que nada, quiero agradecer esta distinción con la que me honran.
Aunque mi amigo Rafael Azcona sostiene la teoría de que los premios han de ser secretos y fuertemente dotados, este es distinto y especialmente agradable, porque es uno de los que podré presumir ante mis hijas y mis paisanos: ya saben que a los catalanes no hay cosa que nos guste más que ganar en Madrid.
Además, debo confesarles que me gustan las razones que se argumentan para concederme hoy este honor. Se desprende de ellas que les caigo bien y que ha sido un amigo el que ha montado este festejo.
Según palabras de otro buen amigo, José Luis García Sánchez, se ponen ustedes tan estupendos en los méritos considerados, que la distinción, según él, casi sabe a poco; y añade que, de ser verdaderos tales méritos, me debían, además, hacer duque de Pueblo Seco y regalarme una vajilla de doce servicios. Incluso concluye que ustedes no encontrarían descabellado que, en un ataque de vanidad, le hiciese una OPA a Joaquín Sabina.
Probablemente, las virtudes que se me atribuyen son algo exageradas. Pero digo yo que no habré sido un arbusto tan torcido cuando me han dado el birrete.Quizá la forma más coherente de agradecer este honor fuera el componer para ustedes una copla del tipo ‘Birrete, ay, mi birrete...", de rima agradecida, aunque un poco fuera de lugar.
Bromas aparte, ahora espero que entiendan y respeten mi derecho a defenderme de tanto halago.
Yo aprendí el oficio de hacer canciones y cantar de otros que antes lo aprendieron de otros, y me hace feliz pensar que tal vez con mi trabajo he podido ayudar al aprendizaje de los que siguen.Si he contribuido poética y musicalmente a dignificar la canción, me parece fantástico que ustedes, contemporáneos míos, me lo hagan saber y me siento muy halagado de que me lo agradezcan.
La gratitud no es una virtud frecuente; más bien lo contrario. La historia está llena de hombres que mucho han contribuido en este u otro aspecto de la vida y que no han recibido a cambio más que el desprecio y la ingratitud de sus contemporáneos, aunque coincidirán conmigo en que un hombre que disfruta del privilegio de dedicarse a una profesión que le hace feliz, que hace lo que le gusta hacer, que le pagan por hacerlo y que además constantemente percibe que la gente le quiere, más que un mérito tiene una bendición. Y este es mi caso.
También me alegra que conste entre los méritos que se me atribuyen el de haber contribuido a la difusión de la obra de grandes poetas españoles, pero les confieso que, al musicar poemas de Antonio Machado, de Miguel Hernández y de otros maestros, no era exactamente esa mi intención. Lo hice porque sus poemas me conmovieron. Lo hice siguiendo el camino de otros que lo hicieron antes que yo, como Paco Ibáñez, como Raimón, como Alberto Cortez y algún otro más. Lo hice porque los versos sonaban a canciones. Canciones bellas e inteligentes que a mí me hubiese gustado escribir. No se si ellos, los grandes musicados, estarán de acuerdo con lo que se ha hecho con su obra, ni con lo que se ha dicho aquí al respecto. Realmente seria interesante conocer su opinión.
En mi defensa les diré que una de las mayores satisfacciones que tuve cuando grabé aquellas canciones con versos de Antonio Machado fue una carta del gremio de libreros de Madrid en la que se me agradecía, después del éxito del disco, mi contribución a que las ventas de los libros del poeta se multiplicaran.
Decía Xavier Regás, afamado crítico teatral barcelonés y padre de amigos tan entrañables como Oriol, Xavier, Georgina y Rosa Regás, que un hombre culto en Barcelona, allá por los 70, era aquel que conocía la existencia de Antonio Machado antes de que Serrat hubiese puesto música a algunos de sus poemas.No le faltaba razón. He conocido a alguno que discutía de Machado sin haber leído jamás un poema suyo, solo porque había oído el disco: opinaban de la película y solo habían visto el trailer.
La carta del gremio de libreros tranquilizó mi conciencia, en el sentido de que mi trabajo tal vez sirvió para algo más que para darle una capa de pintura a la ignorancia.
También me gusta la idea de haber contribuido a normalizar el catalán o, mejor dicho, a devolver la normalidad al catalán. Aunque en mi caso no hay que darle mucha importancia porque, aparte de ser catalán, ejerzo de tal, y para mí expresarme en catalán ha sido algo tan natural como que crezcan las uñas. Si hay que agradecer a alguien su contribución a la normalización del catalán, hagámoslo con quienes han peleado por defender el derecho propio o ajeno, sobre todo el derecho ajeno, por devolver la normalidad a una lengua y una cultura que solo la intolerancia, la ignorancia y el rencor marginaron.
Soy bilingüe, como los reptiles. Aunque me reconozco catalán, soy mestizo; y, por mi origen, escribir y cantar en castellano es también una manera natural de expresarme a la que no estoy dispuesto a renunciar, de la misma forma como jamás pensé en dejar de escribir y cantar en catalán. Si alguna vez alguien me preguntó en cual de las dos lenguas me expresaba mejor, mi respuesta fue que siempre me expreso más a gusto en la que me prohíben hacerlo.
Tal vez ustedes, al premiarme con este doctorado, han querido contribuir al esclarecimiento de uno de los misterios de la metafísica patriótica o, en términos de Antonio Machín, a resolver el dilema de: Cómo se pueden tener dos idiomas a la vez y no estar loco.
Seguro que en esto habrá quien tenga otro punto de vista tan legítimo como el mío. Pero en lo que supongo que estarán de acuerdo conmigo es en que el hombre, al defender los valores democráticos, al enfrentarse a la discriminación y la intolerancia, al defender la riqueza del pensamiento libre y plural, no hace otra cosa que actuar en defensa propia.
Reivindico valores como la libertad y la justicia como un algo único, pues no hay libertad sin justicia, ni justicia sin libertad. Lo hago frente a la preponderancia aplastante del dinero, valor supremo por el que se miden y se valoran las cosas y las gentes. Reivindico la justicia y la libertad, porque reivindico la vida. Reivindico a la humanidad en su sentido más amplio. Reivindico a los humanos y a la naturaleza, que nos acoge y de la que formamos parte. Reivindico el realismo de soñar en un futuro donde la vida sea mejor y las relaciones más justas, más ricas y positivas, y siempre en paz. Y sobre todo, como un derecho que todo lo condiciona, reivindico el conocimiento como el pilar fundamental que nos sustenta y que nos caracteriza positivamente como especie. Que esto sea digno de reconocimiento es algo que debería hacernos reflexionar acerca del mundo en que vivimos y de los valores que lo mueven.
Como decía el profesor Casares, cuando hablamos del canto y de quien lo practica hablamos de un arte que ha vertebrado la sociedad. Yo escribo canciones para expresarme, pero también para comunicarme. Los argumentos de mis canciones están en mí, pero también están alrededor de mí. Son lo que yo siento, pero también son lo que me cuentan los demás. Son lo que yo soy, pero también lo que me gustaría ser. Son mi realidad, pero también mi fantasía.
Las canciones viven en la memoria personal y colectiva de las gentes. Las canciones viajan y nos transportan a tiempos y lugares donde tal vez fuimos felices. Todo momento tiene una banda sonora y todos tenemos nuestra canción, esa canción que se hilvana en la entretela del alma y que uno acaba amando como se ama a sí mismo. Tal vez alguno de ustedes ahora este pensando: "Por su culpa, Serrat, me casé con el que hoy es mi esposo -o mi señora-… estábamos un atardecer de verano en la playa, cuando empezó a sonar su canción…etcétera…". Por favor: eso no es culpa de mis canciones, sino de sus atardeceres de verano y de sus ímpetus juveniles. Así son algunas canciones. Personales e intransferibles. Otras aglutinan un sentimiento común y se convierten en himnos. Entonces dejan de pertenecer al autor para ser de todos.
Me complace que hayan valorado ustedes esta parcela de la poesía que es la canción popular, que, además de algunas otras cosas, es una forma de acceder al conocimiento del mundo. Les puedo jurar que en la composición y en la ejecución de algunas canciones populares hay hallazgos tan definitivos como el teorema de Pitágoras o las virtudes del ácido acetilsalicílico para combatir la cefalea. Dice el refrán que "quien canta, su mal espanta". Y es cierto. Cantando compartes lo que amas y te enfrentas a lo que te incomoda. Conjuras los demonios y conviertes sueños en modestas realidades. Yo canto por el gusto de cantar. Cantar me da placer. Por eso, para mí, tener el oficio de cantar es un privilegio. Aparte, siempre te dan mesa en los restaurantes.
Estoy seguro de que, por encima de todos los considerandos que se enumeran, esta distinción es el fruto de algo tan simple y preciado como el cariño. Así lo entiendo y lo agradezco. Si para algo vale la pena vivir es para querer y ser querido. Es lo que mueve mis pasos. Probablemente, a lo largo de mi vida no haya hecho otra cosa que lo que estoy tratando de hacer ahora mismo: que me quieran mis amigos. Y tener cada vez más. Que es la única acumulación que merece la pena en la vida y por la que no se pagan impuestos.

Muchas gracias

JOAN MANUEL SERRAT