miércoles, 19 de marzo de 2008

lunes, 3 de marzo de 2008

La canción que da inicio a todo


Estoy terminando una obra de teatro que estrenará Pati Romero -como directora- en julio, y se llama La Pera de oro. Acá va una canción de la obra, la del inicio.


El que abre un libro despierta:
Parece que está soñando
Pero un libro es una puerta.

Pon un viaje entre tus manos
Con sus alas de papel
Agárrale fuerte el lomo
Sumérgete bien en él
Abre la mente y los ojos:
Un libro es una cajita
Un gran universo guarda
Susurra, murmulla, grita
Ronca y ruge, canta y habla.
Un libro no es un tesoro:
Es el baúl que lo encierra.
Brota un olmo de esa tierra.
Su fruto es la pera de oro.


domingo, 2 de marzo de 2008

Mátame che.


Me metí en un proyecto para escribir una adaptación de Matalaché de Enrique López Albújar a drama-musical. Me soltaron mil ideas pero decidí plantear algo práctico como inicio: había que escribir una escaleta de la obra, una lista de números musicales grupales y de canciones (determinando sus temas y quiénes cantaban) y finalmente, de acuerdo a esa escaleta y acomodando estas canciones y números, escribir todo el diálogo final.
En la primera reunión, luego de varios mails y llamadas, el director y el productor me contaron sus ideas, solté las mías y sugerí que mejor sería tener la lista de canciones y una escaleta. No me dijeron cuánto me pagarían ni cuándo, pero ya que estaban interesados y yo también, propuse ir a otra reunión con mi lista de temas para las canciones.
En la segunda reunión conté de qué podrían tratar las canciones –tenía letras avanzadas pero no entregué nada escrito- y dije que había que avanzar con la escaleta. Anuncié con claridad: en la próxima reunión, cuando traiga una escaleta, quiero oír una propuesta económica.
Fui a la siguiente reunión con una escaleta incipiente impresa (tenía sólo los títulos de cada escena de la escaleta completa) y les conté cómo iba a ser su obra. Les encantó, me felicitaron, etc. Pero de dinero no dijeron ni pío. Vi que el tema no les interesaba y a mí sí, así que les pedí que se manifiesten y me digan cuánto y cuándo y cómo pensaban pagarme.

Entonces me citaron en un café y me dijeron, entre otras cosas:
- El productor: “César, si yo tuviera que darte algo ahora sería de mi plata, no de la producción, porque hasta ahora no tenemos nada” (casi le digo “¡gran solución! ¡Acepto!” sólo para ver qué respondía, porque yo sí tenía que dar de mi chamba sin ninguna retribución ni siquiera prometida).
- ”El director: “estábamos trabajando bajo un contrato emocional, es decir, no estamos acá por la plata sino para que el proyecto funcione”.
- El productor: “no podemos decirte cuánto te vamos a pagar porque para eso necesitamos la escaleta completa que tú nos ofreciste, con todos los detalles… es que la escaleta es como el plano de una casa, sin esos planos no sé cuánto me costará la construcción” (me provocó decirle: ¿y pensabas que los planos te los darían gratis?)
- El director: “mira, esto va a ser una gran producción y un éxito, y queremos contar contigo porque nos ha gustado mucho tu trabajo”.
- El director: “recién vamos a hablar de cuánto vale tu trabajo cuando nos lo entregues”.
Entonces dije que lo iba a pensar y mandé un mail diciendo que tenía contratos emocionales más importantes, como pagar la luz y el colegio de mis hijas, y que no iba más, que gracias por todo, etc. Me avisaron por correo que igual usarían lo que llevé de escaleta –los titulares incomprensibles- para que el siguiente dramaturgo no parta de cero. Pero no me dijeron cuánto valía ese avance, esa base, que ya consideré un regalo para ellos. En fin. Prefiero sentirme regalón que sentirme idiota.
Si llegan a estrenar y son decentes confío en que me agradezcan la escaleta mencionándome en el programa, o me regalen unos cuadernos y algunos lapiceros, ¿qué tal?
Si ya son muuuy decentes le descontarán algo al dramaturgo que contrataron –lo que se ahorraron- y me dirán: mira, esto es lo que tenemos para ti porque la escaleta que nos diste ayudó mucho y en ese momento no podíamos pagarte.
Pero recién sabré cómo son cuando consigan un escritor que use mi escaleta y me entere de si le pagaron o no, o si lograron que firme un contrato emocional. Para quien no lo sepa, el tema de Matalaché es la esclavitud.

Williams en Caretas

De tanto pensar en Williams me llamaron de Caretas para escribir una nota sobre él. Acá va. Salió, si no me equivoco, el jueves 21 de febrero.

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Hace 25 años, falleció Tennessee Williams. Hoy, el teatro peruano se resiste a morir también.

La Risa Triste
I
Me piden hablar de Tennessee Williams y sólo puedo hablar de dramaturgos peruanos. De la lucha de nuestros escritores teatrales por mantener vivas sus voces. Del abandono en que tenemos a los grandes como Vega Herrera, Alegría o Joffré. De lo mucho que se gasta en tonterías, ahora que hay dinero, y lo poco que se da al teatro. Vendrán cientos de presidentes del mundo y daremos vergüenza. O peor, creerán que la cultura que los artistas generan con su propia plata está subvencionada. Nada más falso en este Perú, país con cultura de gobiernos sin cultura. Me piden hablar de cómo murió Williams mientras patalean para no morir nuestras obras, agradeciendo iniciativas privadas como los festivales bianuales del ICPNA o el concurso de dramaturgia del Británico que ganaron Gino Luque, Lucero Medina y Mariana de Althaus. Como ellos, están vivísimos Roberto Sánchez Piérola, Daniel Dillon, la revista Muestra, Víctor Falcón, el FITECA y muchos más. Pero el Estado no quiere verlos ni recordarlos. Yo sí.
Como quiero recordar –también– a Williams.

II
Todos los años hay que despedirse de Tennessee Williams. Cada 25 de febrero hay que acordarse de él, que conmovió a generaciones con dramas que hablaban del sur de EE.UU. mientras él lloraba contando en sus piezas, a escondidas como todo lo sureño, la historia de su hermana lobotomizada y la de su propio miedo a la locura. Y hay que llorar más este 25 de febrero, porque cumple 25 años muerto. Háblame como la lluvia y déjame escuchar, Un tranvía llamado deseo, Verano y humo. Desde sus títulos hasta el último parlamento habló con poesía, usándola como los grandes, sin sonar artificial ni solemne. Y habló de su aldea, con lo que –todos los días acierta Tolstoi– se hizo universal. No se llamaba Tennessee sino Thomas Lanier Williams III. Dicen que después del éxito de El zoológico de cristal se dedicó al cristal de metanfetamina. En su tumba dejan botellas de whisky tal como en la de Poe dejan una de coñac cada año. Tendrían que dejar botellitas de colirio. Tenía 71 años y murió ahogado con la tapa de un frasquito de gotas para los ojos. Lágrimas artificiales para un hombre cansado de llorar y hacer llorar. Un autor teatral que se enamoró de la larga distancia. Un hombre que en el Perú, un poco más al sur, no queremos olvidar. (César de María*)

-------------*Dramaturgo. Autor de Super Popper y Laberinto de Monstruos.