martes, 2 de abril de 2013

La confianza es un objeto abandonado.




Hay alguien que confía en la humanidad. Es el hombre que deja su cepillo de dientes en el baño de la oficina.
A veces está. A veces no. Pero cuando aparece, inmóvil sobre la caja de papel toalla, el asombro nos devora. ¿Es un olvido? ¿Un acto de valor?
Un cepillo de dientes es un órgano corporal, casi un retazo de tu alma. Dejarlo es dejar tu sonrisa, tu salud y hasta tu futuro en manos de desconocidos. Pero ¿no se trata de eso la confianza? ¿No es ese el trance previo a la muerte, el momento en que te descompones de golpe y un desconocido llama a una ambulancia, otro te atiende, otro te toma la mano fingiendo entender tu despedida? ¿Y no es la vida entera ese trance previo que nos pone a merced de cualquiera?
Queremos hacerle maldades. Meterlo en el agua sucia. Tirarlo al basurero inmundo para después reponerlo en su lugar. Mearlo, escupirlo, envenenarlo. Pero él nos mira impasible. Él es a su vez, su dueño. Es el hombre que confía. Quieto allí a nuestro lado mientras nos lavamos las manos nos dice: soy más fuerte que cualquiera, venzo al tiempo, al miedo, a tus malas acciones.
Entonces nos hacemos pequeños ante él. Lo ignoramos como cuando coincidimos con alguien temible en un baño público. Sentimos que hay un hombre enorme sujetándolo, invisible a nuestro lado, y temblamos ante su presencia. No aparece en el espejo pero el calor del bulto nos empuja. Es el optimista que confía en los demás. El hombre que deja su cepillo de dientes en el baño de la oficina es el jefe de todos nosotros, o parece serlo, o merece serlo. Inmenso y evidente pero no visible, como un meteorito del que solo vemos el cráter. Haremos chistes hasta el fin de los tiempos. Temblaremos en sueños. Nunca sabremos quién es.




No hay comentarios.: