Cisne blanco del arte, tú me das el regalo de crear pero me obligas a morir pariendo. Me alegras y me quiebras, me bendices y me sajas en mitades y cuando te pido más me cobras la vida. Nadie se da cuenta. Sonrío, me peino, tiemblo con disimulo pero el frío de mi pecho lo quebranta tu rompehielos. Muero sonriendo. El artista es una madre que fallece al parir y susurra: alguien lo querrá, lo admirarán, lo mencionarán con amor y seré yo quien le doy la vida, el color, la armonía, el primer aire. Me muero dándole a otros lo mejor de mí, de este yo tan sucio, tan enfermo y tan triste.
Tú eres como yo. Bailas, pintas, escribes, cantas, te mueres. El odio y el egoísmo te hacen negarle todo a esa gente zafia que escupe mientras grita. La entrega y el amor propio te hacen brillar y volar en llamas hacia el vacío de sus ojos, de sus mentes, de su memoria. Es el cisne de luz el que crea mi sombra, el que me acerca a mi muerte, el que me reta, me insulta, me asusta para echarme a volar alto. El me corta las yemas de los dedos y clava trozos de espejo en mi corazón. Me odia y por eso se multiplica: es mi madre castradora, es mi rival del trabajo, soy yo misma despreciando mi reflejo. Es la muerte pero no me quiere muerta. Me quiere triunfadora, bella y feliz. Hay que tenerle miedo pero no hay que dejar de oírlo. Quien no tiene cisne blanco no ama, quien no tiene cisne negro no se eleva. Cisne blanco de la creación, Cisne negro de la muerte.