jueves, 30 de julio de 2009

Santiago


ENVÍO


San Santiago del Cuzco,

muy caballero,

en su caballo blanco

baja del cielo.

Las espuelas de plata,

dorado el pelo,

claros ojos redondos,

negro el acero.


De la sombra le miran

los que murieron.

San Santiago del Cuzco,

muy caballero,

pisa tierra peruana,

no quieren verlo;

a su España se vuelve,

no quieren verlo;

por el mundo camina,

no quieren verlo.


San Santiago del Cuzco,

muy caballero,

a su cielo regresa,

con torvo ceño.

No quieren verlo.




Un poema del excelente Washington Delgado, a propósito de Santiago, el Matamoros, al que vi en Yuyachkani (lean mi nota) y me lo encontré de nuevo en una bella exposición en el Centro Cultural de la Universidad Católica. Hay que ir.

miércoles, 29 de julio de 2009

El beso



El tenia 18 recién cumplidos. Ella tenía 27 pasados. El estaba tranquilo, casi asustado. Ella, desde el otro lado de la barra -y de la vida- lo miraba fijamente a través de su vaso de whisky. Esa boca, se dijo, él es un niño pero esa boca no es de niño. Esa boca es de dios.
Se le pegó con alguna excusa. Le habló de cualquier cosa. Luego se le acercó mucho más, le puso el índice en la barbilla y le dijo: ¿qué tienes ahí, en el labio? El no pudo responder. Ella, más cerca, agregó: una costrita, un puntito, de repente es un... y juguetona, lo besó. Fue un beso breve pero de roce intenso, con calor, con entrega, con intercambio de muchas cosas.
¿Un puntito? -dijo él cuando ella lo soltó, sin respetar el silencio de los buenos besos- Debe ser herpes. Me contagió mi prima cuando teníamos 14.

lunes, 27 de julio de 2009

Sucios miedos I


Escribí mucho alguna vez acerca de los miedos, de los lastres, de las mutaciones tristes que deforman a la gente, y de esos textos -que eran más de 20- he encontrado algunos. Los comparto como base para algo que alguna vez escribiré.



Miedo a la oscuridad
¿Le temes a la oscuridad? Entonces eres sabia como una niña, porque le temes al lado oscuro de la vida y de la gente. Le temes a esos que parecen tener la luz encendida pero andan mintiendo y destruyendo a otros con el pretexto de repartir sonrisas brillantes y abrazos de amor. Tú los ves y corres, y como eres una niña que aún no habla, sólo puedes abrazarte a la pierna de quienes sí te aman. Los ves pasar sonriendo y deseándote buenas vibras y te das cuenta de que son un pozo de dolor y castigo, los ves haciéndose daño a solas y luego, deseosos de más, salir a destruir gente fresca, a comerse la alegría de otros, a partirlos por dentro. Donde los oscuros se abrazan con falso cariño tú ves monstruos que se despedazan unos a otros. Cuando un oscuro captura a un limpio los perros ladran y todos los niños suspiran con tristeza. No temas, niña. Aprende y perdona. Tú también serás aunque sea un poquito oscura, y eso te dará fuerzas para librarte de los demonios que sonríen. Atraviesa la noche y no tiembles. Si brillas más, se espantan. Buscarán otros monstruos. No vendrán por ti.


Miedo a los espejos
De repente sientes pánico, vacío, dolor inconmensurable. Has visto con terror que algo macabro se te apareció al lado, que pasó casi invisible. Te volteas de golpe, sudando frío, para sorprenderlo, y descubres un muro de vidrio y azogue. Y en él, encerrada, tu imagen.
Si le temes a los espejos es porque percibes algo en ti que los demás no ven: Ves a La Muerte que se ha apoderado de tu alma. Porque los humanos nos amamos, y sólo La Muerte aborrece su imagen, odia que tu esqueleto al emerger traicione su escondite, detesta que detrás de tu mirada aparezca la suya, devoradora y triste, porque confunde su mirada con la de alguien más poderoso y teme que la pueden matar. De eso sufren los vampiros, títeres de La Malvada. Si le temes a los espejos, exorcízate. O acabarás chupándole la alegría a los demás con un deseo de conflicto y podredumbre que ni tú mismo podrás entender. Es simple: libérate del deseo de tenerlo todo, vivirlo todo, exprimirlo todo, conocerlo todo. No se trata de no querer vivir, se trata de recibir lo que venga y no forzar al mundo a entregar sus bienes, como si tu deseo lo asaltara. Ese deseo tan poco sabio es diabólico e inhumano: es el deseo de La Muerte de cubrirlo todo con su sombra. Si no puedes renunciar a él, renuncia a ti misma y mátate. Estarás matando a La Muerte. O al menos le darás un susto inmenso al verse descubierta y vencida por sus propias armas.

Una última recomendación: de ser posible, mátate frente a un espejo.


Miedo a no volar
Todas las demás volaban. Ella no. Eran más jóvenes y más afortunadas, y volaban hacia cielos que ella no conocía. Cuando se los describían sonreía con falsa condescendencia pero por dentro el odio de estar atada al piso la enloquecía. Tenía miedo de no lograrlo nunca.
Para sentirse elevada decidió fingir un día que ayudaba a los demás rastreros, a quienes tampoco podían elevarse. Los encontraba desesperados en los precipicios, con la mirada clavada en el horizonte. Los tomaba de un ala y los arrojaba al vacío. Les decía palabras sabias que había oído de sus amigas -las que sí volaban- y les recomendaba no temer, quizás porque sabía que era su miedo el que la había lastrado para siempre. Mató así a muchos que pudieron haber volado si no la hubieran hallado antes. Buscó luego a otras rastreras para mirar juntas desde abajo, con horror e hipocresía, a esas que cubrían el cielo con sus alas. Las odiaban porque no podían. Sus alas eran muñones, sus músculos eran blandos y sus cuerpos, estériles. Su diversión era remedar el vuelo y alabar unas a otras los movimientos de sus articulaciones sin gracia. Después, melancólicas, se sentaban a mirar el mar y guardaban silencio pues sabían que cualquiera, en cualquier momento, si se atrevía a hablar, develaría su mayor temor: el de asumir que nunca nacieron para el cielo. Que fueron creadas para la envidia, para el fracaso, para la tierra. Y ese miedo a conocer los propios miedos es el más paralizante de los terrores. Así, congeladas por su mediocridad, alabándose mutuamente, amándose sin procrear, se reúnen todavía ante un precipicio, frente a un fuego frío. Y ríen, o fingen reír.



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Continuará.

viernes, 17 de julio de 2009

Cuida el momento



Mi ritmo de vida –o peor, el ritmo al que va mi cabeza- me hace olvidarme de todo y al mismo tiempo, desear con intensidad que los momentos tengan algo que los haga recordables. Le corro a esos días sosos en que no pasó nada y en cambio busco que todo tenga un tag, una etiqueta pequeña que me recuerde ese fue el viaje a España donde conocí a su padre, esa fue el día en que llevé helados a su casa y se derritieron en una bolsa y hasta estúpidamente esa fue la reunión donde entendí lo que es una tabla normalizada.
Trato de hacer valer los momentos románticos, los familiares y también los laborales porque quiero valorar lo que vivo y le temo al tiempo que corre en blanco, vacío, estéril. Me ha gustado siempre fabricar momentos especiales, agregarles un chiste, una frase, una imagen que los haga agradables ante todos y recordables para mí.
Por eso mismo me duele mucho cuando la gente se vuelve rompemomentos. La madre que arma un pleito justo en el cumpleaños de su hijo, la novia que se queda callada durante toda la cita o el tío que se pone a gritar en plena navidad. Creo que debemos educarnos para no asumir ese rol, el del tonto que arruina los momentos por impaciente, por no medir sus palabras ni sus reacciones, por creer que lo que yo siento es más importante que lo que nosotros sentimos.
Recuerdo instantes arruinados sin querer –aunque duelen igual-, errores salvajes de gente culta que echan a perder un día inolvidable y también a pequeñas alimañas especializadas en este tipo de sabotaje, que se arruinaban a sí mismas desde sus propios viajes de placer hasta sus reencuentros amorosos, además de la navidad y el día del padre, y más aún, por amor al dolor y sin importarles el daño que causaban.
Creo que al ser humano egotecnológico del siglo XXI le cuesta entender la noción de nosotros, le resulta imposible vivir en plural porque prioriza su primera persona del singular. Le importa más tirar su mal genio aunque se arruine el almuerzo, como si su alma tuviera la urgencia de defecar en medio del mejor momento grupal. Creo que así la libertad la usamos simplemente para desfogarnos y no para construir: si me gusta esto, lo digo y que revienten los demás y que se funda el viaje feliz. Si a los viejos nos educaron para defendernos, para reclamar lo nuestro y para pelearlo todo, quizás nos hemos excedido al pasarles esto a los más chicos y hemos criado una generación de peleo por todo, no considero a los demás y no me importa nadie más que yo. Puede que esa actitud sirva para los tiempos que vienen, pero si no sabemos administrarla, nos va a reventar las pocas pompas de jabón que constituyen la vida. Puede que simplemente me toque volverme más duro, curtirme y sentir: ok, arruina mi momento y espera que pronto me tocará fastidiarte a ti.

miércoles, 8 de julio de 2009

¿Será tuyo, Jorge Luis?


Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres y que no veremos.

Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y del término, la caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los ritos de la muerte y las endechas.

No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre;
pienso con esperanza en aquel hombre
que no sabrá que fui sobre la tierra.

Bajo el indiferente azul del cielo
esta meditación es un consuelo.

Acá está la historia, bien contada. La colgó Carlos Ianni en su facebook.

lunes, 6 de julio de 2009

Vivo en el limbo

Qué linda canción y qué a tiempo ha llegado.