Me levanté
pensando en la conversación de anoche, en esos momentos terribles que hacen que
te preguntes ¿es esto para mí? y que aparecen en tu negocio, tu matrimonio, tu vida
profesional. Tu carrera, tu mujer, tu
oficina, ¿las quieres suficiente para soportar los grandes avatares, la
quiebra, la infidelidad, las exigencias, el maltrato? Si no soportas eso, pues…
debe ser maravillosa, pero no es para ti. De eso hablábamos, muertos de
risa y de miedo. Piensa: si te murieras
ahora, ¿sentirías que moriste satisfecho o que te pescó la Parca en un momento
incómodo, haciendo lo que no te gusta o rodeado de personas que en verdad no
quieres? Fue lo primero que recordé cuando desperté, como siempre, pocos minutos
antes de que suene la alarma o –en este caso- antes de que llame la
recepcionista del hotel para decirme llamada
para despertarlo, señor, son las 7 y 15 de la mañana.
Me apuro
para meterme en la ducha, con un frasquito de champú en una mano y el cepillo
de dientes en el otro. Pongo un pie dentro y cuando meto el segundo, el primero
gira y pierdo el equilibrio. Me voy a
caer en la ducha, pienso, me voy para
atrás y no puedo evitarlo. Abro mucho los ojos y no veo pasar mi vida sino
al baño girar, la pared de la ducha, la arista superior, el techo, el tubo de
la cortina. Tal vez eso indique que no me
voy a morir. Noto que sigo agarrando los objetos en vez de soltarlos para
sujetarme de algo y me digo morirás por
tonto, por haberte aferrado a estas cosas insignificantes, al final te matarás
tú mismo en vez de que otro lo haga por ti. De repente me entiendo, o me
justifico: estoy prendido de estas cosas porque estoy curvándome hacia adelante,
estoy cayendo de espaldas sobre el suelo de mayólicas pero así evito pegarme en
la cabeza, la llevo hacia adelante, le daré al piso con mi espalda curva y
tensa y no con mi amada cabecita, como me enseñaron a caer con una silla en
unos clases de clown físico, no sé si en una ciudad suiza o en un taller
barranquino, da lo mismo, impacto en 3, 2, 1…
Choco. Me pego
el golpe y lo siento mucho menos doloroso de lo esperado. Me relajo y miro al
techo. Estoy en el piso helado, echado en el centro del baño. Asustado pero
tranquilo. Muerto pero solamente de risa y miedo. Mis clases de clown a los
veintitantos acaban de salvarme la vida. Mis pies reposan sobre el borde de la
tina y mis rodillas han quedado en ángulo recto como si fuera a hacer
abdominales. Mis manos agarrotadas aprietan el cepillo y también al pequeño
frasco que ha perdido la tapa, por la caída o por mi presión. La tapita sigue
girando fuera de mi vista pero su ruido es lo único que se oye aquí, un rac rac
rac insignificante. Terrible situación
para ser encontrado muerto, pienso, desnudo
y con estas tonterías en las manos, los pies arriba, en un hotel donde un
pasajero debe pagar caro para resbalarse igual que yo, lejos de casa, lleno de
pensamientos que no termino de procesar. Me levanto y entro a bañarme con
temor, como un torero corneado que vuelve a la plaza después del susto y la
espera. Doy cada paso en la ducha como si fuera el último. Me baño, me visto,
bajo a desayunar, vengo a seguir filmando como si nada hubiera pasado. Quizás
le cuente a alguien lo que me ha pasado. Quizás me empiece a doler la espalda.
Quizás solo el hotel debería saberlo. Estimado
señor gerente del Hotel Sheraton ¿cuánta gente en su hotel se mata por las
mañanas? ¿Es esto para mí?