Tengo 51 años y, hace 20, me cansé de ser el profesor
de marketing de Harvard que preguntaba: "¿Qué quiere el mercado?"
y empecé a responder qué quería yo. Soy de Boston. Casado,
dos hijos. Creo que el éxito de un empresario no se puede medir sólo
por los beneficios que obtiene, sino por el bienestar que genera para todos.
Mi mejor amigo,
un gran empresario, fue por fin entrevistado por la sección de Economía
de la CNN. Era su gran día. Pero la entrevista de media hora consistió
en una pregunta: "¿Por qué los beneficios de su compañía
han sido de 44 centavos por acción en vez de los 45 anunciados, y qué
hará para corregirlo?".
-No es edificante.
-Me llamó
muy deprimido por la noche y me dijo que iba a dejarlo. Que el maldito centavo
de diferencia le daba igual...
-Ese es su negocio,
¿no?
-No. El éxito
de un directivo, de un empresario, no puede medirse sólo por las cifras
de la cuenta de resultados. Esa es una parte de su trabajo y si no hay beneficios,
no hay empresa, pero sus logros no se miden sólo en dinero. ¿Por
qué no le preguntaron a mi amigo cuántos puestos de trabajo había
creado?
-Yo se lo hubiera
preguntado.
-Por eso no está
usted en la sección de Economía de la CNN...
-Supongo...
-¿Por qué
no le preguntaron cuánto bienestar había creado en las familias
de sus empleados al aumentar sus sueldos? ¿Por qué no le preguntaron
si había logrado disminuir la contaminación de sus fábricas?
¿O si había puesto guarderías en sus empresas para las
empleadas con hijos? ¿O si había logrado aumentar la satisfacción
de la gente que trabaja con él? ¿O si había empleado jóvenes?
-Supongo que
eso no les interesa.
-¡No! ¡Sólo
les interesaba el maldito centavo de diferencia por acción! No le preguntaban
por lo que de verdad importa. Por eso dejo la empresa a los 15 días.
Y yo ya había hecho lo mismo.
-Cuénteme
su historia.
-Un día
me di cuenta de que el problema de competir en una carrera de ratas es que,
aunque la ganes, eres una maldita rata.
-¿No
estará llamando usted ratas a los empresarios?
-A los estrechos
de miras, sí: lo son. Su éxito no puede medirse en una única
cifra de beneficios.Yo me negué a ser una rata. Era licenciado, máster
y doctor en Empresa por la Business School de Harvard. Aparecía en los
mejores programas económicos de la tele.
-¿Como
su amigo, el del centavo?
-Sí. Cobraba
una fortuna asesorando a Coca-Cola y a Procter&Gamble: tenía colegas
brillantes, un horario flexible y ningún jefe. Lo tenía todo...
excepto una cosa.
-¿Qué?
-Me sentía
una rata.Y sabía que tenía que decidir: o sobrevivía como
una rata o vivía como un hombre. Así que lo dejé.
-Sus amigos
no entenderían nada.
-Hay un momento
en la vida en que te debe importar muy poco si te entienden o no. Basta con
que te entiendas tú. Yo había visto a mi madre, que era empresaria,
enferma de cáncer, un cáncer devastador...
-Lo siento.
-Era dueña
de la empresa textil Leni, en Watertown (Massachusetts) y un día entré
en su despacho y la vi descansando extenuada por la enfermedad en el puro suelo.
Pero iba cada día porque amaba aquel trabajo y a la gente que trabajaba
con ella. Y me pregunté: ¿siento lo mismo por mi trabajo?
-¿Y cuánta
gente lo siente?
-Yo se lo diré:
apenas el 20 por ciento de los que trabajan aman lo que hacen. El 80 por ciento
asegura que trabaja sólo por el sueldo, al menos en América.
-Aquí
más o menos igual, supongo...
-Les conté
lo de mi madre a mis colegas profesores de Harvard y de cómo yo no sentía
lo mismo por mi trabajo. Descubrí que muchos pensaban como yo. Así
que di el gran paso y dejé de ser el profesor Mark Albion de la Harvard
Business School. Me convertí en Mark Albion y ya está.
-¿Y quién
pagaba sus facturas, Mark?
-Decidí
escribir una "newsletter" en Internet y libros para ayudar a la gente
a que hiciera un trabajo con sentido para su vida.
-¿Y qué?
¿Daba eso para las facturas?
-Daba para vivir.
Fundamos la Social Venture Network, un grupo de empresarios socialmente conscientes
e iniciamos una red de contactos. Seré un insensato, pero nadie puede
negar que yo de marketing todavía entiendo, así que, por ejemplo,
me dediqué a hacer marketing para campañas sociales y empecé
con una antidroga.
-Aquí
eso del mecenazgo no desgrava; no tendría clientes.
-Yo ya había
ganado: hacía algo que me gustaba y que tenía un sentido. Me dediqué
a explicarlo en las escuelas de negocios para que los alumnos supieran que no
todos los beneficios estaban en la cifra, que también había la
posibilidad de crear buenos empleos, un medio ambiente más limpio, más
calidad de vida para los empleados...Y que se puede crear eso sin dejar de tener
las ganancias que permiten vivir a la empresa.
-¿Y ya
se sentía bien?
-Un día
el médico me preguntó: "¿Cuántas horas trabaja,
señor Albion?". Y yo le respondí: "¿Cuántas
horas respira usted, doctor?". Descubrí entonces que me había
convertido en uno más de ese privilegiado 20 por ciento de los humanos
que aman su trabajo. Y, como hizo mi madre, yo ahora iría al trabajo
incluso con un grave cáncer.
-Eso sí
que es un lujo.
-Scott Fitzgerald
decía que hacen falta tres generaciones para conseguir un artista. La
primera es feliz con alimentarse y llevar al cole a sus hijos, la segunda quiere
un buen colegio y buena comida y la tercera reflexiona sobre lo que hace. Y
si no reflexionamos sobre lo que hacemos y adónde va el capitalismo,
no habrá innovación en las empresas.
Tomado de La Vanguardia del 15 de abril de 2002. Entrevista Lluis Amiguet.