sábado, 31 de diciembre de 2011

La gran ola que es diciembre.


Hay gente que se va siempre en diciembre. Gente a la cual provoca decirle has hecho todo bien, no sufras, nada es tu culpa.

Suele ser gente buena. Quieren armonía, crecimiento, amor de todos y para todos. Son personas que sufren por eso y para las cuales diciembre es una tarde de domingo. Son los que ocultan su malestar y sonríen aunque estén mal. Gente que se despide sin mostrar dolor o a veces con un torrente de rabia hacia sí misma, por no haber podido cambiar el mundo, o hacia los demás, por no haberse sumado a la nobleza de esta misión.

Los demás, los terrenales, tragan y beben porque muere un año de mentiras provechosas y nace otro de traiciones y ganancias. Para los buenos que sufren diciembre se va otra chance de haberlo hecho bien, de haber querido correctamente, de haber cambiado el curso de la felicidad como si fuera el río imaginario de un niño, que él desvía tan fácilmente con el muro de su mano. La llaga de la vida, el tumor de la paciencia, el tapón del corazón desesperado, todos los dolores del alma que han corroído el cuerpo salen a luz en diciembre con un te lo dije urticante, te lo dije y vámonos, fue en vano, no quieren, no se puede, hicimos mucho, sufrimos más y no conseguimos nada.

Habría que saber si ese dolor viene de la infancia, de los ideales, de la poca tolerancia a la mucha frustración, de los deseos ocultos, del miedo perro que muerde los corazones o sabe Dios de dónde, incluso de dudar si sabe Dios. Pero quizás saber sea en vano y solo toque pedirles que cuenten lo  florecido y no lo marchito, que miren lo andado, lo ganado, lo bendito. Quizás para ellos es todo ese rollo de que el futuro es bello, rollo que no nos comemos los que no hemos terminado de creer que la amarga luz de un pasado en llamas se puede ignorar. Y me incluyo porque también soy de los que se derriten en diciembre, de esos que se enferman o se accidentan o se hunden en el barro de las fiestas. Ya Rafo León me diagnosticó al vuelo a los 29 cuando un 23 de diciembre me dio neumonía y me dijo es dolor de Navidad y no es neumonía sino neuronía. Por eso quiero creer que somos buenos los que sufrimos en este mes. Aunque de repente ni eso. Aunque mi abuelo, que sí era bueno, se fue en diciembre contando antes el paraíso de bosques, playas y libros que lo esperaba y que soñó un par de noches antes de partir. Habrá que confiar en el tiempo, el menos confiable de los amigos. Vete, diciembre. Vete y no nos lleves contigo.

A propósito de gente buena y esforzada que en diciembre se esfuerza y sufre derrames, infartos y males así decidí, escribir esto, para pedirles que se repongan, que sigan, que los queremos.

martes, 27 de diciembre de 2011

Dosmilonce ya no me quiere.


La verdad, Dosmilonce, cuando te conocí no me di cuenta de que eras tan linda. Te vi inteligente, llena de soluciones, capaz de responderlo todo. Era verano, te oí, me impresioné. Habían empezado mis 365 días con Summer y yo ni cuenta me di. Recién en abril –luego de que me revelaras mucho sobre la vida con un par de simples afirmaciones- descubrí que eras bonita, que tu sonrisa abría las puertas del futuro y en fin, que podía sentir por ti esas cosas con las que uno pretende convertir en eternidad cualquier momento sublime. Contigo me di cuenta en julio de que estaba atascado en la arena de la nada con Dosmilnueve, quien a su vez me reclamaba por mi supuesta fijación con Dosmilcinco. Por ti entendí que en la vida hay que hacerse respetar y obtener lo que uno merece, que en mi caso siempre es menos de lo que creo y más de lo que me toca y there goes the fear again. Hiciste las preguntas exactas, dijiste las frases precisas y estuve a punto de proponerte que te quedes siempre colgadita en mi pared, Dosmilonce, repitiéndote como el Día de la marmota, como un atardecer miraflorino, como un villancico alegre e indefinible, please please let me- let me get what I want this time. En octubre tomamos una copa de vino. En noviembre tuvimos algunos encuentros más. En diciembre, de repente, me citaste en tu casa y me dijiste: no va más. No lo dijiste así, pero así lo dijiste. Eres muy complicado o estás sufriendo mucho o te oigo muy triste o algo por el estilo, no eres claro, no estás bien. Como si el tiempo no fuera suficiente razón para llorar sin parar. Yo no lloré. Tú tenías toda la razón y yo tenía toda la emoción pero igual me quedé callado y acaté. Me hice el frío, el intocable, el hombre del corazón de teflón. Me leíste un texto donde decías que estaríamos juntos para siempre sin explicarme de qué manera. Quise darte un beso y me dijiste: creo que no entiendes, te estoy botando. Sin dudas. Sin preguntas. Sin mañana. Sin ayer. Te estoy botando, así lo dijiste. Y yo comencé a pensar en you make my dreams y las mil frases y canciones con que podía responderte pero para qué, el tiempo siempre gana y tú tenías toda la razón y yo en estos casos me atasco, me enredo, me complico, me atollo, me repito y obedezco, Summer, obedezco. Se me ocurrieron varias respuestas en el ascensor pero cuando pude hablar ya estaba afuera del edificio. Dije algo enredado -para mí mismo, obviamente- pero ni yo pude oírme. Eran las doce del 31 y empezaban a reventar los tristes fuegos artificiales del corazón del tiempo que se va.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Uno de Nicanor Parra



La poesía terminó conmigo


Yo no digo que ponga fin a nada
No me hago ilusiones al respecto
Yo quería seguir poetizando
Pero se terminó la inspiración.
La poesía se ha portado bien
Yo me he portado horriblemente mal.

Qué gano con decir
Yo me he portado bien
La poesía se ha portado mal
Cuando saben que yo soy el culpable.
¡Está bien que me pase por imbécil!

La poesía se ha portado bien
Yo me he portado horriblemente mal
La poesía terminó conmigo.



Premio Cervantes 2011 a los 97 años. Gran poeta chileno. Se burló de todo y de todos. La foto es de Gabriel Pérez Mardones.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Una entrevista a Mark Albion.

Tengo 51 años y, hace 20, me cansé de ser el profesor de marketing de Harvard que preguntaba: "¿Qué quiere el mercado?" y empecé a responder qué quería yo. Soy de Boston. Casado, dos hijos. Creo que el éxito de un empresario no se puede medir sólo por los beneficios que obtiene, sino por el bienestar que genera para todos.


Mi mejor amigo, un gran empresario, fue por fin entrevistado por la sección de Economía de la CNN. Era su gran día. Pero la entrevista de media hora consistió en una pregunta: "¿Por qué los beneficios de su compañía han sido de 44 centavos por acción en vez de los 45 anunciados, y qué hará para corregirlo?".
-No es edificante.
-Me llamó muy deprimido por la noche y me dijo que iba a dejarlo. Que el maldito centavo de diferencia le daba igual...
-Ese es su negocio, ¿no?
-No. El éxito de un directivo, de un empresario, no puede medirse sólo por las cifras de la cuenta de resultados. Esa es una parte de su trabajo y si no hay beneficios, no hay empresa, pero sus logros no se miden sólo en dinero. ¿Por qué no le preguntaron a mi amigo cuántos puestos de trabajo había creado?
-Yo se lo hubiera preguntado.
-Por eso no está usted en la sección de Economía de la CNN...
-Supongo...
-¿Por qué no le preguntaron cuánto bienestar había creado en las familias de sus empleados al aumentar sus sueldos? ¿Por qué no le preguntaron si había logrado disminuir la contaminación de sus fábricas? ¿O si había puesto guarderías en sus empresas para las empleadas con hijos? ¿O si había logrado aumentar la satisfacción de la gente que trabaja con él? ¿O si había empleado jóvenes?
-Supongo que eso no les interesa.
-¡No! ¡Sólo les interesaba el maldito centavo de diferencia por acción! No le preguntaban por lo que de verdad importa. Por eso dejo la empresa a los 15 días. Y yo ya había hecho lo mismo.
-Cuénteme su historia.
-Un día me di cuenta de que el problema de competir en una carrera de ratas es que, aunque la ganes, eres una maldita rata.
-¿No estará llamando usted ratas a los empresarios?
-A los estrechos de miras, sí: lo son. Su éxito no puede medirse en una única cifra de beneficios.Yo me negué a ser una rata. Era licenciado, máster y doctor en Empresa por la Business School de Harvard. Aparecía en los mejores programas económicos de la tele.
-¿Como su amigo, el del centavo?
-Sí. Cobraba una fortuna asesorando a Coca-Cola y a Procter&Gamble: tenía colegas brillantes, un horario flexible y ningún jefe. Lo tenía todo... excepto una cosa.
-¿Qué?
-Me sentía una rata.Y sabía que tenía que decidir: o sobrevivía como una rata o vivía como un hombre. Así que lo dejé.
-Sus amigos no entenderían nada.
-Hay un momento en la vida en que te debe importar muy poco si te entienden o no. Basta con que te entiendas tú. Yo había visto a mi madre, que era empresaria, enferma de cáncer, un cáncer devastador...
-Lo siento.
-Era dueña de la empresa textil Leni, en Watertown (Massachusetts) y un día entré en su despacho y la vi descansando extenuada por la enfermedad en el puro suelo. Pero iba cada día porque amaba aquel trabajo y a la gente que trabajaba con ella. Y me pregunté: ¿siento lo mismo por mi trabajo?
-¿Y cuánta gente lo siente?
-Yo se lo diré: apenas el 20 por ciento de los que trabajan aman lo que hacen. El 80 por ciento asegura que trabaja sólo por el sueldo, al menos en América.
-Aquí más o menos igual, supongo...
-Les conté lo de mi madre a mis colegas profesores de Harvard y de cómo yo no sentía lo mismo por mi trabajo. Descubrí que muchos pensaban como yo. Así que di el gran paso y dejé de ser el profesor Mark Albion de la Harvard Business School. Me convertí en Mark Albion y ya está.
-¿Y quién pagaba sus facturas, Mark?
-Decidí escribir una "newsletter" en Internet y libros para ayudar a la gente a que hiciera un trabajo con sentido para su vida.
-¿Y qué? ¿Daba eso para las facturas?
-Daba para vivir. Fundamos la Social Venture Network, un grupo de empresarios socialmente conscientes e iniciamos una red de contactos. Seré un insensato, pero nadie puede negar que yo de marketing todavía entiendo, así que, por ejemplo, me dediqué a hacer marketing para campañas sociales y empecé con una antidroga.
-Aquí eso del mecenazgo no desgrava; no tendría clientes.
-Yo ya había ganado: hacía algo que me gustaba y que tenía un sentido. Me dediqué a explicarlo en las escuelas de negocios para que los alumnos supieran que no todos los beneficios estaban en la cifra, que también había la posibilidad de crear buenos empleos, un medio ambiente más limpio, más calidad de vida para los empleados...Y que se puede crear eso sin dejar de tener las ganancias que permiten vivir a la empresa.
-¿Y ya se sentía bien?
-Un día el médico me preguntó: "¿Cuántas horas trabaja, señor Albion?". Y yo le respondí: "¿Cuántas horas respira usted, doctor?". Descubrí entonces que me había convertido en uno más de ese privilegiado 20 por ciento de los humanos que aman su trabajo. Y, como hizo mi madre, yo ahora iría al trabajo incluso con un grave cáncer.
-Eso sí que es un lujo.
-Scott Fitzgerald decía que hacen falta tres generaciones para conseguir un artista. La primera es feliz con alimentarse y llevar al cole a sus hijos, la segunda quiere un buen colegio y buena comida y la tercera reflexiona sobre lo que hace. Y si no reflexionamos sobre lo que hacemos y adónde va el capitalismo, no habrá innovación en las empresas. 

Tomado de La Vanguardia del 15 de abril de 2002. Entrevista Lluis Amiguet.


jueves, 15 de diciembre de 2011

Parlamento de amor de una obra inexistente


"¿Por qué no te rindes, campesina rusa?  ¿Por qué sufres tanto, reina caucasiana? ¿Por qué no siembras el hoy como una primera piedra? ¿Por qué te niegas a olvidar tu nombre? ¿Por qué tomas al amor como desgracia? ¿Por qué crees que lo malo es nieve y siempre se repite?
¿Por qué no descansas? ¿Por qué tanto olvido? ¿Por qué mi futuro no duerme en tu cama? ¿No entiendes al tiempo? ¿No aceptas el cambio? ¿Has creído siempre que la lluvia es llanto?
¿No oyes el cristal del día que se rompe? ¿Tanto miedo tienes a querer sin rumbo? ¿Voy a decir tu nombre si la muerte dibuja una cruz de fuego en mi camino? ¿Voy a contar mi historia con tu imagen? ¿Van a faltar palabras?
Van a sobrar silencios. Van a faltar palabras. Voy a decir tu nombre si la muerte dibuja una cruz de fuego en mi camino. Tienes tanto miedo a querer sin rumbo. No aceptas los cambios porque no siembras el hoy como una primera piedra, porque crees que mi futuro no duerme en tu cama, porque te niegas a olvidar tu nombre. Y es que sufres mucho, reina caucasiana. Sufres y sonríes como el sol sobre el rocío. Porque no te rindes, campesina rusa, porque no te rindes, voy a contar mi historia con tu nombre. Como lluvia. Como nieve."