lunes, 31 de diciembre de 2012

2013, desde el aire.




Veo pasar un avión cortando la noche con sus lucecitas de navidad y pienso que todos a bordo recibirán el año nuevo solos y en el aire, con suerte con su pareja, o sus hijos, o su madre a bordo, pero distantes del mundo y de los demás en tierra. Y siento que aunque vuelan permanecen unidos por muchos hilos a muchas otras personas. Y que quizás cerrar ciclos –en cada cumpleaños o en un fin de año- sea simplemente revisar hacia dónde van tus hilos, con quiénes estás conectado, a quiénes tienes al lado y a quiénes llevas contigo, que no siempre es lo mismo. Me toca recibir contigo este año, con un hilo corto y férreo que nunca querré cortar, pero unido también a mi madre, que sintió el llamado del cielo mas no quiso irse y hoy disfrutará los fuegos en el cielo con toda la alegría que de niña le faltó. Celebro unido a mis hermanas -que se sientan conmigo más seguido a compartir esas sonrisas silenciosas que nos han entibiado la vida- y a mis hijas, cada una separada de la otra y las tres a kilómetros de mí, pero conectadas por el tiempo vivido, por el afecto descubierto día a día, por el horror y la maravilla del vivir y del morir. Me vieron vencido y temieron por mí. Las vi elevarse y reí con ellas. Veo el avión y los hilos invisibles entre esos pasajeros y la gente que aman. Oigo sus corazones y recuerdo que el mío también es un reloj. Suenan campanadas. Es el tiempo, que es el amor. Los corazones son todos relojes. Que nunca se corten los hilos, por alto que volemos, por bajo que caigamos. Que nunca haya relojes sin tiempo ni tiempo sin amor.