martes, 28 de febrero de 2012

Desayuno de dolor perpetuo



Levanté a todos y les di de desayunar tristeza. La calenté en el microondas. La serví salada y tibia. Se la bebieron y luego la rumiamos en silencio, diciendo frases tontas y tratando de cubrir el sol con un cuento de familia. Éramos cuatro a la mesa pero en verdad éramos solo uno y otro y otro y otro. Hablamos. Torcimos las bocas. Comimos sin salud. Y cuando miramos de nuevo nuestras tazas estaban llenas otra vez, repletas hasta el borde pero aun más saladas. Nos dio risa y después pena y después todo se transformó en rabia y silencio y respiraciones sonoras como el famoso corazón escondido bajo las tablas del comedor. Debí llenarlas de amor pero la caja estaba vacía. Así hay días. Éramos dos niños y dos adultos, pero los adultos eran los niños y viceversa y todo a la vez. Volvimos a beberla. Dejé la mesa sucia. Salimos. Vendrá el tiempo y recogerá las frases muertas, los cubiertos ensangrentados, el silencio amargo, el dolor que se acumula como una capa de polvo que de tan repetida no se ve. Y ojalá se lleve también esas cuatro frutas secas que murieron esta mañana en el centro de mi mesa fría.