Despertó sobre su escritorio, en la curaduría del museo de arte. Tenía la imagen del sueño en mente. Soñaba cuadros fijos, en los cuales ninguna acción era importante y el único movimiento era el de su cabeza, recorriendo la visión y evaluando los elementos. Ella estaba de pie, en el sueño, y acababa de abrir la puerta del almacén de nuevas adquisiciones. El cuadro diabólico, gigantesco, dominaba la escena. En él una mujer era atrapada por un demonio inmenso que la embestía con odio por detrás. La escena ocurría en un bosque extraño, en el cual cada árbol parecía pintado por un autor diferente. El diablo la tomaba de sorpresa, en una mano el pecho de ella, descubierto y sujeto con fuerza, en la otra el lado posterior del vestido, desgarrado para iniciar la violación. Era un retrato inquietante que hablaba del machismo, de los demonios interiores, pero a la vez de la sensualidad inaceptable de la sumisión. El le miraba la nuca como si estuviera a punto de devorarla. Ella tenía en el rostro una mezcla de pánico, dolor y placer. En sus sueños nunca pasaba nada. Nada se movía. Todo era observado. Y este no fue la excepción. Despierta, bajó al sótano. Abrió la puerta y al fondo del almacén, en el lugar que debían ocupar el súcubo y su víctima, había solamente un gran espejo. Como en su sueño, se quedó quieta. No hizo nada. No vio nada moverse. Sintió apenas, detrás de ella, la respiración caliente y el sonido furioso del vestido al romperse.
1 comentario:
Ta bueno. Escribe asi cuentos de terror.
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