La Fiesta del Chivo, en adaptación teatral del colombiano Jorge Ali Triana, es un éxito merecido por varias razones. La contundencia del montaje –que no teme ir teatralmente de un extremo a otro, desde lo guiñolesco y macabro hasta lo sutil y melodramático- así como el ambicioso casting emocionan y satisfacen al público. Pero emociona también la pertinencia del montaje y de la novela de Mario Vargas Llosa al aludir dos temas perennes en la política peruana, que hoy vuelven a emerger: la brutalidad de las tiranías y la traición al pueblo. Si el primer tema es de actualidad por el juicio a Fujimori, el segundo es una nota constante, un bajo perpetuo en la vida republicana: desde el presidente Pardo huyendo en plena guerra con Chile con el dinero para comprar armas hasta García matando a paquetazos al mismo pueblo al que prometió felicidad, pasando por los tránsfugas de los 90 y los de hoy, más solapados pero igualmente traidores.
Ambos temas dividen la puesta en dos obras diferentes. La primera mitad narra, a grosso modo, la salvaje opresión de Trujillo a su República Dominicana. La segunda, en cambio, pasa de lo macro a lo micro y nos cuenta, reduciéndose a una tensa obra para dos actores, la traición de un padre a su hija, ruin e inolvidable, similar a la de los malos gobernantes hacia sus pueblos confiados. Cerebrito, destacado político, entrega a su hija a los apetitos del dictador haciéndose el idiota (como Morales Bermúdez entregó a los montoneros) y sobrecoge así a los espectadores, con la enorme vigencia que le da a la pieza el continuo tufo a traición que el pueblo peruano detecta por todos lados, desde la venta de Wong a chilenos hasta la nula reconstrucción de Pisco, mil veces prometida.
Sin embargo en la adaptación teatral no hay traición artística del teatro a la novela. Cuando joven defendí la adaptación al cine de Francisco Lombardi de La Ciudad y los Perros a la que acusaron de “traicionar” a la novela, y hoy apoyo las decenas de adaptaciones al radioteatro que hace Alonso Alegría con las mejores novelas de la literatura universal. No hay traición en resaltar plots, olvidar personajes o relegar subtemas si eso es necesario para lograr dramatismo. El arte es el ejercicio de la libertad y andar buscándole traiciones es querer amarrarlo con fundamentalismos que los mejores creadores abolieron hace años. Ser defensores de la pureza artística en el mundo actual es negarse al cambio y quizás, también., no ser capaz de ver las auténticas traiciones, aquellas que matan y hacen daño, esas que en vez de enriquecer nos empobrecen a todos y que no salen en espectáculos ni policiales sino, casi a diario, en la sección política.
Artículo mío publicado en Perú 21 el 22 de enero de 2008.
Ambos temas dividen la puesta en dos obras diferentes. La primera mitad narra, a grosso modo, la salvaje opresión de Trujillo a su República Dominicana. La segunda, en cambio, pasa de lo macro a lo micro y nos cuenta, reduciéndose a una tensa obra para dos actores, la traición de un padre a su hija, ruin e inolvidable, similar a la de los malos gobernantes hacia sus pueblos confiados. Cerebrito, destacado político, entrega a su hija a los apetitos del dictador haciéndose el idiota (como Morales Bermúdez entregó a los montoneros) y sobrecoge así a los espectadores, con la enorme vigencia que le da a la pieza el continuo tufo a traición que el pueblo peruano detecta por todos lados, desde la venta de Wong a chilenos hasta la nula reconstrucción de Pisco, mil veces prometida.
Sin embargo en la adaptación teatral no hay traición artística del teatro a la novela. Cuando joven defendí la adaptación al cine de Francisco Lombardi de La Ciudad y los Perros a la que acusaron de “traicionar” a la novela, y hoy apoyo las decenas de adaptaciones al radioteatro que hace Alonso Alegría con las mejores novelas de la literatura universal. No hay traición en resaltar plots, olvidar personajes o relegar subtemas si eso es necesario para lograr dramatismo. El arte es el ejercicio de la libertad y andar buscándole traiciones es querer amarrarlo con fundamentalismos que los mejores creadores abolieron hace años. Ser defensores de la pureza artística en el mundo actual es negarse al cambio y quizás, también., no ser capaz de ver las auténticas traiciones, aquellas que matan y hacen daño, esas que en vez de enriquecer nos empobrecen a todos y que no salen en espectáculos ni policiales sino, casi a diario, en la sección política.
Artículo mío publicado en Perú 21 el 22 de enero de 2008.
1 comentario:
Hola César!
Sí, es cierto que cierto nerviosismo puede llegar si las palabras se levantan del libro, como dice García Lorca, y se ven encarnadas, tan cercanas.
Pero tengo una pregunta paa ti: tú que eres, ya sabes mi opinión, un dramaturgo que como pocos merece el título, ¿cómo te explicas el hecho de que Vargas Llosa prefiera el teatro minimalista, de conflicto personal antes que social, y deje los grandes temas sociales y políticos para sus novelas?
Un abrazo desde Minneapolis
Carlos Vargas
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