De tanto pensar en Williams me llamaron de Caretas para escribir una nota sobre él. Acá va. Salió, si no me equivoco, el jueves 21 de febrero.
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Hace 25 años, falleció Tennessee Williams. Hoy, el teatro peruano se resiste a morir también.
La Risa Triste
I
Me piden hablar de Tennessee Williams y sólo puedo hablar de dramaturgos peruanos. De la lucha de nuestros escritores teatrales por mantener vivas sus voces. Del abandono en que tenemos a los grandes como Vega Herrera, Alegría o Joffré. De lo mucho que se gasta en tonterías, ahora que hay dinero, y lo poco que se da al teatro. Vendrán cientos de presidentes del mundo y daremos vergüenza. O peor, creerán que la cultura que los artistas generan con su propia plata está subvencionada. Nada más falso en este Perú, país con cultura de gobiernos sin cultura. Me piden hablar de cómo murió Williams mientras patalean para no morir nuestras obras, agradeciendo iniciativas privadas como los festivales bianuales del ICPNA o el concurso de dramaturgia del Británico que ganaron Gino Luque, Lucero Medina y Mariana de Althaus. Como ellos, están vivísimos Roberto Sánchez Piérola, Daniel Dillon, la revista Muestra, Víctor Falcón, el FITECA y muchos más. Pero el Estado no quiere verlos ni recordarlos. Yo sí.
Como quiero recordar –también– a Williams.
II
Todos los años hay que despedirse de Tennessee Williams. Cada 25 de febrero hay que acordarse de él, que conmovió a generaciones con dramas que hablaban del sur de EE.UU. mientras él lloraba contando en sus piezas, a escondidas como todo lo sureño, la historia de su hermana lobotomizada y la de su propio miedo a la locura. Y hay que llorar más este 25 de febrero, porque cumple 25 años muerto. Háblame como la lluvia y déjame escuchar, Un tranvía llamado deseo, Verano y humo. Desde sus títulos hasta el último parlamento habló con poesía, usándola como los grandes, sin sonar artificial ni solemne. Y habló de su aldea, con lo que –todos los días acierta Tolstoi– se hizo universal. No se llamaba Tennessee sino Thomas Lanier Williams III. Dicen que después del éxito de El zoológico de cristal se dedicó al cristal de metanfetamina. En su tumba dejan botellas de whisky tal como en la de Poe dejan una de coñac cada año. Tendrían que dejar botellitas de colirio. Tenía 71 años y murió ahogado con la tapa de un frasquito de gotas para los ojos. Lágrimas artificiales para un hombre cansado de llorar y hacer llorar. Un autor teatral que se enamoró de la larga distancia. Un hombre que en el Perú, un poco más al sur, no queremos olvidar. (César de María*)
-------------*Dramaturgo. Autor de Super Popper y Laberinto de Monstruos.
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