Empecé el año detallando las cosas en que andaba metido. Pero del verano al otoño todo avanza, sorprende y cambia. El proyecto Matalaché se cayó porque no habían considerado que tenían que pagarme, se les pasó ese detalle. Se estrenó Laberinto de monstruos en un montaje del que puedo decir muchas cosas, pero en privado. Entré en un curso con un dramaturgista alemán y descubrí que no me interesa el tema pues se parece mucho a mi trabajo publicitario y muy poco al placer de escribir teatro. Hasta ahí todo parece desilusión, pero no. Hice mi taller de clown con Fiorella Kollmann -excelente- y hasta tuvimos una micromuestra pública. Debo seguir. Reuní en mi casa un grupo de escritores jóvenes y gente que me cae bien y me interesa por su cabeza, aunque no logré que volvieran a reunirse más de tres veces. Es el poder corrosivo del verano, creo. Insistiré. Escribí dos obras didácticas para Teatrovivo y planifiqué dos más que tengo en mente, en borrador, pero para mí. Parece que escribiré algo para mi amiga y buena actriz María Laura Vélez, lo que sería un placer. Contacté en la lista cinemaperu de yahoo! a mucha gente con la que terminaré creando algo. Terminé el texto para libro de mi pieza infantil La pera de oro y parece que este abril tendré un blog en un periódico, lo que me resulta retador y divertido a la vez. Con Brunella avanzamos el proyecto fotográfico/publicitario para la exposición en El ojo ajeno y de paso, ideamos fotos nuevas. Mi relación avanza bien y descubro, con el otoño, que debo dejar caer muchas hojas que ya se me secaron para enfriarme con quienes quiero, abrigarme en casa y luego salir a la vida otra vez. Esa es la decisión de abril. Dejar que las hojas caigan y alejarme de todo lo prescindible, lo que quita tiempo y roba energía, por lindo que sea. Focalizar y avanzar.
La imagen es de una web que vende stickers.
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