Mi ritmo de vida –o peor, el ritmo al que va mi cabeza- me hace olvidarme de todo y al mismo tiempo, desear con intensidad que los momentos tengan algo que los haga recordables. Le corro a esos días sosos en que no pasó nada y en cambio busco que todo tenga un tag, una etiqueta pequeña que me recuerde ese fue el viaje a España donde conocí a su padre, esa fue el día en que llevé helados a su casa y se derritieron en una bolsa y hasta estúpidamente esa fue la reunión donde entendí lo que es una tabla normalizada.
Trato de hacer valer los momentos románticos, los familiares y también los laborales porque quiero valorar lo que vivo y le temo al tiempo que corre en blanco, vacío, estéril. Me ha gustado siempre fabricar momentos especiales, agregarles un chiste, una frase, una imagen que los haga agradables ante todos y recordables para mí.
Por eso mismo me duele mucho cuando la gente se vuelve rompemomentos. La madre que arma un pleito justo en el cumpleaños de su hijo, la novia que se queda callada durante toda la cita o el tío que se pone a gritar en plena navidad. Creo que debemos educarnos para no asumir ese rol, el del tonto que arruina los momentos por impaciente, por no medir sus palabras ni sus reacciones, por creer que lo que yo siento es más importante que lo que nosotros sentimos.
Recuerdo instantes arruinados sin querer –aunque duelen igual-, errores salvajes de gente culta que echan a perder un día inolvidable y también a pequeñas alimañas especializadas en este tipo de sabotaje, que se arruinaban a sí mismas desde sus propios viajes de placer hasta sus reencuentros amorosos, además de la navidad y el día del padre, y más aún, por amor al dolor y sin importarles el daño que causaban.
Creo que al ser humano egotecnológico del siglo XXI le cuesta entender la noción de nosotros, le resulta imposible vivir en plural porque prioriza su primera persona del singular. Le importa más tirar su mal genio aunque se arruine el almuerzo, como si su alma tuviera la urgencia de defecar en medio del mejor momento grupal. Creo que así la libertad la usamos simplemente para desfogarnos y no para construir: si me gusta esto, lo digo y que revienten los demás y que se funda el viaje feliz. Si a los viejos nos educaron para defendernos, para reclamar lo nuestro y para pelearlo todo, quizás nos hemos excedido al pasarles esto a los más chicos y hemos criado una generación de peleo por todo, no considero a los demás y no me importa nadie más que yo. Puede que esa actitud sirva para los tiempos que vienen, pero si no sabemos administrarla, nos va a reventar las pocas pompas de jabón que constituyen la vida. Puede que simplemente me toque volverme más duro, curtirme y sentir: ok, arruina mi momento y espera que pronto me tocará fastidiarte a ti.
Por eso mismo me duele mucho cuando la gente se vuelve rompemomentos. La madre que arma un pleito justo en el cumpleaños de su hijo, la novia que se queda callada durante toda la cita o el tío que se pone a gritar en plena navidad. Creo que debemos educarnos para no asumir ese rol, el del tonto que arruina los momentos por impaciente, por no medir sus palabras ni sus reacciones, por creer que lo que yo siento es más importante que lo que nosotros sentimos.
Recuerdo instantes arruinados sin querer –aunque duelen igual-, errores salvajes de gente culta que echan a perder un día inolvidable y también a pequeñas alimañas especializadas en este tipo de sabotaje, que se arruinaban a sí mismas desde sus propios viajes de placer hasta sus reencuentros amorosos, además de la navidad y el día del padre, y más aún, por amor al dolor y sin importarles el daño que causaban.
Creo que al ser humano egotecnológico del siglo XXI le cuesta entender la noción de nosotros, le resulta imposible vivir en plural porque prioriza su primera persona del singular. Le importa más tirar su mal genio aunque se arruine el almuerzo, como si su alma tuviera la urgencia de defecar en medio del mejor momento grupal. Creo que así la libertad la usamos simplemente para desfogarnos y no para construir: si me gusta esto, lo digo y que revienten los demás y que se funda el viaje feliz. Si a los viejos nos educaron para defendernos, para reclamar lo nuestro y para pelearlo todo, quizás nos hemos excedido al pasarles esto a los más chicos y hemos criado una generación de peleo por todo, no considero a los demás y no me importa nadie más que yo. Puede que esa actitud sirva para los tiempos que vienen, pero si no sabemos administrarla, nos va a reventar las pocas pompas de jabón que constituyen la vida. Puede que simplemente me toque volverme más duro, curtirme y sentir: ok, arruina mi momento y espera que pronto me tocará fastidiarte a ti.
6 comentarios:
me encanta lo que has escrito. es sencillo. para todos. y tienes razon, una administracion de emociones, una dosificacion del sentir heredado de "peleo por todo" para no arruinar tantos momentos no?
suerte.
LB.
yo no quiero nunca ser rompemomentos, lo he hecho y no quiero qué se repita. Eduquémonos mi amor, y podremos crear juntos millones de pompas de jabón. Te amo.
Gracias César por este post tan aleccionador. Créeme que lo tendré en cuenta, además de compartirlo con quienes lo necesitan.
Un saludo afectuoso
Uff...toda la razon...yo aprendi eso con los años, antes quizas, pensaba menos...
A veces es mejor guardarse las palabras y canalizar esa energia en otra cosa...o en otro lugar..por ejemplo en un blog...buena terapia esta...
pase por aqui, lei y me gusto...pase por el mio
muchos saludos
Uff...toda la razon...yo aprendi eso con los años, antes quizas, pensaba menos...
A veces es mejor guardarse las palabras y canalizar esa energia en otra cosa...o en otro lugar..por ejemplo en un blog...buena terapia esta...
pase por aqui, lei y me gusto...pase por el mio
muchos saludos
Mi vida estuvo llena de "rompemomentos. En casa, en el trabajo o en el estudio ( involuntariamente) ...Por suerte cuando choco con esta clase de personas trato de comprenderlas y salvar la situación o pasar por alto el mal momento, ¿Con qué derecho podrían malograr mi felicidad? Buen post!! saludos.
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