
Yo tenìa nueve años cuando el Apolo 11 alunizó. Eduardo Adrianzén, con un par de años menos, recuerda el evento como todos los que éramos niños, en su obra El día de la luna, con una mezcla de terror, maravilla y cinismo. Todo era posible, desde los ovnis hasta la guerra nuclear. Desde la ouija hasta la luna.
Selene reaparece cuando en el teatro Los Grillos, a los 18 años y dirigido por Sara Joffré, me toca actuar en una obra de un autor francés que no recuerdo llamada La máquina del teatro, traducida por ella, de unos fascículos que llegaban con el sello de ASSITEJ. Y así ha vuelto mil veces más hasta que esta semana recibí una postal de mi amiga, mi queridísima Charo, desde Estados Unidos, con un astronauta en ella y una frase pidiéndome recordar esa obra.
Así se llamaba, Charo: La máquina del teatro. Y aunque no recuerdo el nombre del autor, recuerdo buena parte del libreto y te transcribo la bella canción que, versionada por Joffré, cantábamos como podíamos:
Los cosmonautas
nos quitaron la luna
y el viejo sueño
desapareció.
Por todo lo alto
se la halló
vacía
y nada más
que un desierto quedó.
Desierto helado
de polvo pesado
desierto gris
para tiempos inciertos
fuego y arena
para tiempos grises,
tiempo desierto para el porvenir.
A eso le sumo el interesantísimo libro de mi amigo y pupilo Giuseppe Albatrino, Caminando en la luna, y siento que la luna me llama. Te llamaré.
