Para poder aceptar que eres mi vida tendré que asumir que soy mi muerte y la muerte de todas las que fueron y la muerte de aquellas que podrían nacer entre mis manos como estrellas. Para decir tu nombre sin temores tendré que repetir primero el mío, hasta que esa palabra candente venza al tiempo. Para aceptar que tus ojos son eternos debo entender que los míos, algún día, han de cambiar la luz por el silencio. Me rindo, me arrodillo. Trato hecho.
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