jueves, 11 de noviembre de 2010
Todos somos hogueras
Mi amigo me regala el libro con cariño, me dice escribe muy bien esta tipa y yo lo recibo agradecido. Tres meses después lo leo, encerrado en una filmación, y me dedico a destazar los mil errores que ni siquiera tiene la decencia de esconder. Errores tontos que me hacen insultarme en silencio diciéndome qué horror sentir que soy el Marco Aurelio Denegri de nadie. “Los dedos de Paula tronan a centímetros de mi cara”… “al borde de un ataque nervios” (así, sin de)… “con un discreta aplicación de raso” (sic)… verbos enredados como “pretende aparentar” y mil cosas de esas como “me dispongo emprender”, etc. etc. Sobran comas y peor: faltan puntos. Como a mi amigo lo quiero mucho lo callo todo y me digo con esa sabiduría pedante de quien cree que se autoeduca, algo sencillo y claro. Quizás Denegri lee un libro de esa manera cuando no hay otra cosa en él que llame la atención. Quizás eso nos quiere decir y ni siquiera se ha dado cuenta. Quizás un mal cuento, una novela sosa, un hatajo de personajes sin alma solo merezcan que se les busquen las redundancias, que se subraye su cacofonía, que les espulguemos lo superficial porque debajo de la apariencia solamente hay nada. Nada. Y es, para colmo, una nada poco atractiva, sucia y descuidada. Leemos con fuego y maldad aquello, que de raíz, no nos gusta.
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1 comentario:
jajaja culpa de los editores! y castigado tu amigo ah!
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