La tía de Carlos es un clásico de la comedia popular, esa que se monta para hacer reír y que el cine multiplica por mil desde comienzos del siglo XX. Escrita por Brandon Thomas hace 120 años, tiene lo que el gran público exige para pasarla bien: travestismo, equívocos, gags, cartas que enredan y resuelven y ninguna pretensión de ser edificante. Rocío Tovar, que conoce bien a nuestro público masivo –y sabe darle lo que le gusta- le agrega una puesta fastuosa (con ese fasto circense televisivo que tanto pega hoy) y una excelente selección de actores, que incluye a la admirada Wendy Ramos: bufos que trajinan casi dos horas a todo tren, burlándose no solo de ellos sino de la misma comedia, que juega a ser montada por un grupo de juglares irreverentes (aunque este juego de teatro dentro del teatro no se desarrolla tanto como me hubiera gustado). Una vez más Rocío Tovar satisface al público dándole risas y estrellas y, de contrabando, la amarga sensación de que todos somos crédulos, de que nos creemos lo que nos pintan más que lo que nos dicta el instinto. Un sentimiento realmente oportuno en tiempo de elecciones. Chapeau, Pablo Saldarriaga.
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