Levanté a
todos y les di de desayunar tristeza. La calenté en el microondas. La
serví salada y tibia. Se la bebieron y luego la rumiamos en silencio, diciendo
frases tontas y tratando de cubrir el sol con un cuento de familia. Éramos
cuatro a la mesa pero en verdad éramos solo uno y otro y otro y otro. Hablamos.
Torcimos las bocas. Comimos sin salud. Y cuando miramos de nuevo nuestras tazas
estaban llenas otra vez, repletas hasta el borde pero aun más saladas. Nos dio risa y después pena y
después todo se transformó en rabia y silencio y respiraciones sonoras como el famoso
corazón escondido bajo las tablas del comedor. Debí llenarlas de amor pero la caja estaba vacía. Así hay días. Éramos dos niños y dos adultos,
pero los adultos eran los niños y viceversa y todo a la vez. Volvimos a
beberla. Dejé la mesa sucia. Salimos. Vendrá el tiempo y recogerá las frases muertas, los
cubiertos ensangrentados, el silencio amargo, el dolor que se acumula como una capa de polvo que de
tan repetida no se ve. Y ojalá se lleve también esas cuatro frutas secas que murieron esta mañana en el centro de mi mesa fría.
3 comentarios:
Amigo querido, tú puedes recoger esos trastos solito, no esperes que lo haga el tiempo... es más aúténtico, más honesto y más liberador.
Suena muy fuerte. Es decir, siento que se trata de una escena de sufrimiento.
Incomunicacion, falta de sinceridad, desamor, falta de valor para enfrentar algo, no se bien qué, pero es duro...y sin embargo las palabras escogidas son tan bellas; las metaforas tan hermosas y la confesion tan dulce...(sic)
Saludos!
Andrea.
me gusto muxho tu blog.
saludos
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