lunes, 18 de diciembre de 2006

Presión social


N. subió al ascensor. Había seis personas dentro y N. sintió la incomodidad terrible de apiñarse con desconocidos en un viaje que siempre parece eterno. El único botón encendido era el del piso 23. El hombre alto, al verlo a punto de marcar el 19, lo detuvo con una frase. Le habló de lo conveniente que resulta el 23 respecto al 19. N. sonrío y estiró el dedo índice. La señora de azul cubrió con su mano el botón 19, con determinación que asombró a N. y lo hizo temer lo peor. El del maletín terció a favor del 23. El joven le tocó el hombro a N. para insistir con falsa cortesía. Todos giraron hacia N. que no tuvo lugar para retroceder. La situación lo dejaba sin espaldas. La peor claustrofobia es la de sentirse encerrado entre humanos. Alguien gritó y N. supo que nunca marcaría el 19. Que no podría convencerlos, ni ellos a él. Que los eventos se volverían dolorosos e irreversibles.
Los gritos rebotaban en la caja de metal. Los golpes. La luz apagada. El brillo del 23. Una escotilla se abre en el piso con violencia. N. cae devorado por el suelo. La escotilla se cierra. El silencio y el neón vuelven. El ascensor sigue hacia el cielo. La señora de azul suspira satisfecha.
En el piso 8, la puerta se abre. Sube una mujer.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Ave César! ¡Los que hemos tenido el placer de conocerte y apreciarte, te saludan! Gran relato corto Big-EarMan; veo que sigues siendo tan bueno como el primer día. La pena es que el primer día eras desastroso.
¡Ja, ja, jaaaaa!
El relato es cojonudo de verdad. Besos castos. Tu amigo en la distancia, Pwt.

Anónimo dijo...

Por eso es que siempre subo por la escalera.