miércoles, 14 de febrero de 2007

Eterna noche de frío


María L. y su enamorado tenían 20 años y tomaban chocolate caliente en casa de ella. Era una noche fría de esos furiosos años 90, cuando terroristas y militares se mataban en las calles y de paso, nos mataban a todos los demás. Sonó el timbre. No abrieron. Volvió a sonar. Temblaron. Levantaron el intercom y una voz jadeante les pidió auxilio. Me han asaltado y para robarme el automóvil me han disparado en la pierna, les dijo. Dudaron. Los papás de ambos estaban amenazados de muerte. No podemos ayudarlo, le dijeron. La voz no respondió. Temblaron otra vez, pegados al auricular tratando de oír lo que fuera. Llamaron a la policía y cuando llegó y se sintieron protegidos, abrieron la puerta. Afuera no había nadie, sólo un patrullero extrañamente vacío. María L. miró al suelo y vio un charco de sangre, gigantesco, casi marrón. El color. El olor. El impacto. La culpa. María L. vomitó.
Hoy tiene 34 años. Del chico no sabe nada, como nada se supo del abaleado. No tiembla cuando oye el timbre, pero vomita cada vez que le ofrecen chocolate caliente.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Te deseo que tus noches sean calientitas y que algo tan rico como el chocolate te abrigue el alma.

anónimo

Anónimo dijo...

pero que después no te haga vomitar...

Anónimo dijo...

Me parece que te animé...