Siempre supe que la culpa era mía. Que mi hijita no se había muerto por una enfermedad, sino por mi culpa. Hoy tendría 7 añitos si yo no fuera tan mala. Si yo no fuera el monstruo que soy. Correría, jugaría, tendría que prohibirle ver televisión hasta muy tarde tal como me prohíbo ahora salir de este closet. Porque no quiero hacer más daño, pero no puedo evitarlo. Soy dañina. Muy dañina.
Descubrí mi poder cuando murió mi padre. Me metí el chicle en la boca casualmente, sin entender que de él dependería la vida de mi papá. Lo masqué durante horas, como masca una los chicles cuando es una niña nerviosa. Terminé y lo pegué debajo de una silla, y en ese mismo momento mi padre rodó las escaleras. Pero no me di cuenta. No asocié los hechos. Si dejé de comprar chicle fue instintivamente, más por vergüenza de adolescente que por decisión. Y cuando volví a comerlo, volvió a pasar. Bastaba mirar a una persona a los ojos antes de ponerme el chicle en la boca para que ésta fuera condenada a muerte. Lo intuí con Ricardo, mi enamorado, cuando falleció. Su carro chocó en el mismo momento en que yo escupía el chicle en el water. Me dio mucho miedo. Lloré mucho por él. Como lloré cuando nació mi bebé así, enfermita, incapaz, era mi culpa. Y para aliviarla – mejor dicho: para aliviarnos – al saber que lo suyo era incurable me metí otro chicle a la boca mientras le acariciaba la frente, esa frente que nunca tendría ideas, mirando esos ojos que nunca podrían ver. Lloraba y mascaba. Pasé dos días masticando sin sacármelo de la boca. No me atrevía. Me daba pena y mi madre me vigilaba. Había vuelto a meterse en mi vida y creo que me vio cuando lo escupí. La bebé dejó de respirar y murió como mueren tantos a esa edad. Mi madre, en cambio, murió de una forma diferente, luego de pasarse una tarde insultándome, culpándome de todo mientras yo solamente la miraba y mascaba. Me comí otro chicle por mi hermano, el preferido de mamá por ser hombre, y otro más por su esposa, la odiosa mujer perfecta. Todavía deben estar afuera si es que no los han recogido. Creo que no.
Ha pasado el tiempo y el olor se siente todavía. Hace mucho me metí acá con una caja llena de chicles para mascarlos con odio pero sin matar a nadie. Para que no me culpen de más muertes. Aunque sé que eso no va a pasar, porque fueron muertes naturales. Pero igual me escondí. Porque soy culpable aunque sólo yo lo sepa. Yo y tú que me miras a los ojos, asustado. Sal y cierra la puerta. Nunca voy a salir de aquí. Pero antes mírame a los ojos. Prométeme que no vas a contar nada de lo que te he dicho. Mírame, este chicle es de fresa, y va por ti. No cuentes nada porque si no, cuando deje de masticarlo, te vas a enterar.
Uno de varios textos míos para actuar dentro de closets, en la entrada de distintos teatros. Ojalá el proyecto resulte.
1 comentario:
La primerísima impresión al leer tu texto, para que no se escapen mis imágenes... Parece la continuación, o en todo caso un momento en la vida de tu protagonista de Super popper... Tiene esa misma chispa negra mezaclada con verdad cuando habla. Es terrible lo que dice, pero causa risas. Te imaginas si clasificas los sabores de chicle que mascará, dependiendo de la persona elegida???. Tengo en la mente el momento exacto de cómo y con cuánto placer y lentitud mastica el chicle mientras llora y mira fijamente a su madre...
Cuando leí tu sugerencia de hacerlo en la puerta de un teatro, me imaginé una instalación con público participante. Podría ser un prólogo genial para un montaje bian experimental...en fin
Conversemos con un café, me gusta...
Luna Roja
Publicar un comentario