sábado, 20 de octubre de 2007

Alba del Uruguay


Cuando tenía 11 años era un lector voraz. Mi hermano me conseguía libros y mi abuelo, revistas de todo tipo, de esas que venden sin logotipo en el centro de Lima. En una llamada Siete días Ilustrado, argentina, encontré en la sección cartas uno de los usuales pedidos de amistad postal que inundaban el mundo de los 70’s. “Me llamo Alba Haretche, vivo en Montevideo, tengo 13 años y quiero cartearme con amigos del mundo. Mi dirección es…”
Nos escribíamos con mucha frecuencia y fuimos amigos postales durante siete años. Luego de que empecé a hacer teatro –a los 17- dejamos de contactarnos. Era el año 1977 y la vida nos ocupaba con muchas tareas que al final mataron esta amistad.
Cuando cumplí 40 años y terminé de escribir El último barco, obra teatral en la cual el niño protagonista escribe a una amiga que no le responde (“Sandra del Uruguay”) decidí ponerme en contacto con Alba. Le escribí a la dirección que me sabía de memoria –Emancipación 4427, Montevideo, Uruguay- pero pasaron meses sin recibir respuesta. Lo lógico era que se hubiera mudado, pero por alguna razón comencé a temer que la represión militar de aquella época hubiera sido la causante de su desaparición, y envié una carta a El País, diario uruguayo, explicando la situación. El periódico la publicó y recibí respuestas postales de todo tipo: gente que me decía que debían haberla matado, otros que creían haberla visto en tal o cual lugar, y una, la más inteligente, que sin escribir palabra me enviaba la página del directorio telefónico en la cual figuraban los pocos Haretches que vivían en Montevideo. Ahí estaba ella, con su nueva dirección. Le escribí y me respondió: estaba casada, feliz, con tres hijos, era contable y seguía escribiendo tan bien como cuando éramos chicos. Me alegré mucho y más cuando, por razones del trabajo y del destino, viajé a Montevideo a filmar un comercial. La llamé y quedamos en vernos. Vino con su esposo –un tipo encantador- y nos contamos mil cosas del presente, porque del pasado lo sabíamos todo: nuestros hijos, nuestros empleos, nuestra vida actual colmada de compañía, cuidados y posesiones en oposición a mi adolescencia de sueños, soledad e ilusión. Pero hablando de aspiraciones ella me comentó: al menos tú cumpliste tu sueño, porque siempre quisiste ser escritor y ahora esa es tu vida. Y me aparecí en ese café montevideano, yo mismo a los 12 años, soñando con escribir cuentos y contar historias,frente a mí, al que había cumplido lo que deseaba y que ese día, a los 40 años, tan lejos de casa, recién entendía que debía disfrutarlo. Le di las gracias y ella me agradeció también el encuentro. Como sorpresa final, sacó un fajo de papeles: mis viejas cartas setenteras –aunque no para entregármelas- y me confesó que las guardaba con cariño. Seguro que vos hacés lo mismo me dijo. Yo, con cinismo, sólo atiné a responderle que sí.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Esa imagen tuya en aquél café montevideano, de tí mismo a los doce es un verdadero regalo. La vida te recordó que así como ese sueño de ser escritor "Es hoy", eres capaz de realizar todo lo que tú quieras. Y la vida se encarga solita de demostrártelo en el momento preciso. El tiempo no existe, como tampoco el límite para seguir fabricando sueños y vivirlos.
Había escuchado tu historia más de una vez, pero me sigue conmoviendo, moviendo. Todo se renueva.
Gracias a tí.

Pablo Haretche dijo...

Hola, soy Pablo Haretche hermano de Alba. Me gustaria comunicarme con el autor de esta carta(Cesar De Maria) ya que en la pagina no figura ninguna direccion de correo electronico. Desde ya muchas gracias atte Pablo Haretche.