Jamás podrás cortarte el dedo con los bordes filudos de un iPad, ni con un Kindle, ni con ningún libro electrónico.
Jamás podrás acumular dentro de tu Kindle los boletos del micro que te llevó a esa primera cita, a tu primer día de trabajo, al atardecer en Barranco donde conociste esa canción.
Nunca podrás arruinar el texto de un iPad con tu lapicero sufriendo esa doble sensación de arruiné mi libro pero a la vez ahora hay ideas mías dentro de él.
Nunca podrás doblarle una esquinita para marcar algo que ya no recuerdas qué es.
No podrás leer dos hojas al mismo tiempo con la emoción de que se te cierren por accidente.
No te sorprenderás encontrando una nota, un dibujito, una postal.
No olerás –como en un libro- la hoja que pusiste a secar y se perdió, o el perfume de la mujer que te lo regaló, o el olor a tabaco que le impregnaste entonces, cuando fumabas.
No verás iPads ni Kindles acumularse sobre tus mesas, en tus anaqueles, en el escritorio, compitiendo con el lomo para llamar tu atención.
Nunca podrás arrancarle una hoja en blanco para tomar notas urgentes, ni meterlo doblado en tu cartera, ni matar un mosquito con él, ni cometer esos sacrilegios inocentes que solo se viven con las cosas queridas.
Nunca encontrarás un huequito en él, como nunca encontraste en un libro la polilla al final del agujero.
No te darán alergia. No te obligarán a lamerte el dedo. Nunca sentirás que mientras tú estás acá, donde sea que estés, él está en un punto fijo, esperando por ti, extrañando la tensión de tus pulgares para evitar que se cierre.
Nunca lo usarás de almohada.
Nunca te torcerán la espalda llenándote la mochila.
Nunca arderán por ti.
1 comentario:
nada mas cierto.
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