"Se nos ha acostumbrado a no comprender
bajo el nombre de arte nada más que aquello que oímos y vemos en teatros, conciertos y
exposiciones, o lo que leemos en los poemas y novelas. Pero esto no es más que
una mínima parte del arte verdadero por medio del cual trasmitimos a otros
nuestra vida interna o recogemos la vida interior de otros. La existencia
humana está llena de obras de arte, desde las canciones que se cantan a los
niños para dormirlos hasta las ceremonias religiosas y públicas. Todo es
arte. Así como la palabra no obra solamente
sobre nosotros en los discursos y los libros sino también en las
conversaciones familiares, así también el arte, en el amplio sentido de la
palabra, impregna nuestra vida eterna, y lo que se llama arte en sentido
restringido está lejos de ser el conjunto del arte verdadero. Durante largos siglos, la humanidad
sólo se fijó en una fracción de esa enorme y diversa actividad artística: en la porción de obras de arte que tenían por objeto la transmisión del sentimiento
religioso. Los hombres negaron importancia a todas las formas de arte que no eran
religiosas, a las canciones, bailes, cuentos de hadas, etc. y únicamente
por azar los grandes maestros de la humanidad censuraron ciertas
manifestaciones de este arte profano, cuando se les antojaban opuestas a las
concepciones religiosas de su tiempo.
Así entendieron el arte los sabios antiguos, Sócrates,
Platón, Aristóteles, y así los profetas
hebreos y los primeros cristianos, así lo entendieron todavía los islamitas,
así lo entiende el pueblo en nuestras campiñas rusas. Recuérdese que maestros
de la humanidad, Platón por ejemplo, y naciones enteras como los mahometanos y
budistas han negado a las artes el derecho de existir.
Sin duda esos hombres y esas naciones
tenían culpa condenando a las artes, que era querer suprimir una cosa que no
puede suprimirse, uno de los medios de comunicación más indispensables entre
los hombres. Su error era, sin embargo, menor que el que cometen ahora los
europeos civilizados favoreciendo las artes con tal que produzcan la belleza,
es decir, con tal que procuren placer. Antes se temía que entre las diversas
obras de arte hubiera algunas que pudiesen corromper a los hombres, y por
impedir su acción deletérea se condenaba al arte; pero hoy el temor de privarse
de un placer nimio basta para hacernos favorecer todas las artes, a riesgo de
admitir algunas extremadamente peligrosas. Error mucho más grosero que el otro
y que produce consecuencias mucho más desastrosas".
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