La
infelicidad está llena de estrategias y rutinas que, cuando llega la felicidad,
la destruyen.
Por
ejemplo, los infelices mienten.
Mienten
sobre dónde han estado, sobre su origen, sobre sus emociones, sobre quiénes
son.
Niegan
haber hecho lo que todos saben que hicieron y se atribuyen lo que nunca les
pasó.
Los
infelices prefieren ser imprecisos para mentir sin hitos ni planos ni referencias.
Esconden temas. Invierten datos. Y cuando encuentran alguien que merece su
franqueza lo destruyen por espanto, lo arrinconan, lo hacen sentir perdido o
tonto o excesivamente severo. Entonces buscan a otros infelices y se reúnen
sonrientes todos, para no sentirse solos, para mentirse entre sí.
Los
infelices farfullan, enredan, se emborronan.
Solo
el verdadero amor los salva, ese ángel de fuego que los descongela y los
enfrenta a su auténtico yo, a sus abismos y sus torpes construcciones. Los mira
a los ojos y les pide simplemente: no me
mientas. Y el infeliz se siente desarmado, confrontado con todo lo que odia
de sí mismo, sin coraza, sin palabras, sin control.
Si
quiere seguir siendo infeliz huirá del ángel y de su llave liberadora.
Si
quiere ser feliz renunciará a la impostura, cerrará la boca que miente con una
llave de hierro y abrirá, con la misma llave, la boca del corazón. Y el ángel
lo verá llorar y soportará el olor de lo podrido que drenará de ese corazón
acorazado de falsedades hasta volver a ser magma, prisma, gota de oro.
Puede
que el ángel no soporte la peste. Puede que te deje tan limpio que se quede
contigo para siempre. Lo único seguro es que si vuelves a mentir, él volará.
No
desaparezcas, ángel de fuego de la doble voz. El centro de mí te necesita.
En la foto, un grupo norteamericano de títeres hace Pinocchio (The Wooden Boy) as Told by Frankenstein's Monster.
1 comentario:
Qué paja, César.
Pero me encontré con un infeliz enamorado que adormeció al ángel para que no se dé cuenta de la verdad. Puede pasar, no?
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